Perspectiva de Valeria Torres
Bajo la mirada compasiva del doctor, tragué el analgésico fuerte y la cuenta regresiva comenzó: tres días.
Subí al piso VIP del hospital. Al entrar en la habitación, mis padres estaban allí: mi padre cortaba fruta para Jimena Torres, mientras mi madre veía una película con ella, riendo animadamente.
En cuanto abrí la puerta, la atmósfera cambió por completo.
—¿No dijiste esta mañana que estabas tan grave que ibas a morirte? ¿Qué pasa ahora, como nadie te creyó, vienes a molestar a Jimena otra vez? —preguntó mi madre, frunciendo el ceño con desprecio—. Desde hoy, tu padre y yo no dejaremos sola a Jimena ni un segundo. No volverás a hacerle daño —añadió con dureza, bloqueando mi camino hacia la cama.
—Nuestra familia Torres es noble y respetada dentro de la Manada Luna Caída. Siempre hemos sido ejemplo de educación y dignidad. Pero tú eres un desastre, Valeria: celosa, agresiva, y ahora hasta finges una enfermedad mortal solo para quitarle a tu hermana el Elixir Carmesí —continuó mi padre con evidente enojo—. ¡Ojalá nunca hubieras nacido!
Acto seguido, se colocó frente a Jimena como un escudo protector, mientras ella, a sus espaldas, me sacaba la lengua burlonamente.
Sonreí con amargura. No era la primera vez que escuchaba esas palabras. Antes, habría reaccionado con rabia y lágrimas, gritando que era inocente y acusando a Jimena de hipócrita. Pero eso solo me hizo perder la confianza y el cariño de mis padres, alejándolos más de mí.
Ahora… nada importaba. Mi muerte estaba decidida. La verdad era irrelevante.
—Qué bueno que llegaste, así no tenemos que buscarte. Tenemos algo que decirte —añadió mi padre, manteniendo su expresión fría.
—Yo también quería hablarles de algo —lo interrumpí con suavidad, intentando calmar la tensión—. Sé que Jimena siempre ha querido mi empresa de pieles. Lo estuve pensando, y, como al final somos familia… decidí regalársela.
Mis padres quedaron desconcertados. Se miraron en silencio, antes de observarme con desconfianza.
—¿Hablas en serio? ¿O hay algún truco, Valeria? —preguntó papá, cauteloso.
No los culpaba por desconfiar. Durante años había rechazado ceder la compañía que tanto esfuerzo me había costado construir, y cada intento de persuasión terminaba en discusiones amargas que erosionaban más nuestra relación familiar.
Pero ahora… ya no tenía sentido conservar nada.
—Si hubieras sido así antes, cuánto sufrimiento nos hubiéramos ahorrado —repuso mamá, respirando aliviada, con una mirada más amable.
Papá se acercó y tomó mi mano cariñosamente.
—Al fin creciste y entendiste lo importante que es la familia. Aunque tú la fundaste, Jimena es la mejor en finanzas y administración en la universidad. En sus manos, tu empresa será la número uno en Norteamérica.
Asentí en silencio, entregándole a Jimena los documentos de transferencia. Ella fingió sorpresa, pero cuando nadie la observaba me dirigió una sonrisa victoriosa.
En la competencia por el afecto familiar, yo había perdido.
—Toma agua, seguro tienes sed —dijo mamá con suavidad, ofreciéndome un vaso y acariciando mi cabello.
Casi lloré.
¿Por qué solo me demostraban afecto cuando sacrificaba algo por Jimena? ¿Acaso se arrepentirían cuando muriera y descubrieran cómo ella era en verdad?
De regreso a casa, León García, mi pareja, y Marco García, nuestro hijo, estaban cenando.
—¡Papá, tu sopa de fideo con pollo está deliciosa! —exclamó Marco con alegría.
—A Jimena también le gusta, después le llevamos un poco —contestó León sonriente, pero al verme, su rostro se volvió frío—. ¿Qué haces aquí? —preguntó, bajando el tenedor.
La mirada distante de Marco fue lo que más dolió. Me observaba como si yo fuera una desconocida.
En ese momento, me enteré de que León sabía cocinar, y muy bien. Cuando yo lo hacía, él siempre se quejaba de mi comida, y Marco imitaba su actitud. Siempre trabajé duro, cuidé la casa, lo di todo por ellos, pero nunca recibí respeto ni gratitud.
En otro tiempo, habría reaccionado con rabia preguntando por qué no podía regresar tranquila a casa. Pero esta vez callé y empecé a recoger mis cosas sin decir palabra.
León, quizás sintiéndose culpable, se acercó después de un momento.
—Valeria, quería hablar contigo sobre algo —su voz era más baja, dubitativa—. Jimena comenzó a usar el Elixir Carmesí y tiene cambios de ánimo fuertes. Para alegrarla y ayudar con su recuperación, tus padres quieren que ella y yo realicemos el ritual de marcado. —Me miró fijamente, antes de añadir, casi justificándose—: Es solo para que ella esté mejor emocionalmente.