Volví al hospital, y al poco rato llegaron los padres junto con León.
Decidí probar suerte y lancé una pregunta inocente:
—¿Mamá, papá? Qué bueno que vinieron. ¿Ya vieron a Valeria? Le llamé para preguntarle sobre algunos temas de la empresa pero no contesta...
—Esa niña... —resopló papá, sacando su celular—. Le entregamos la empresa y ahora se pone con berrinches. ¿No entiende que hay mucho que coordinar en una transición así? ¡Ahora mismo la llamo!
Marcó una vez. Luego otra. A la tercera, la llamada fue directamente al buzón.
—¡Encima apagó el celular! ¡Está jugando a desaparecer otra vez! —gruñó.
—Siempre igual —añadió mamá molesta mientras tecleaba un mensaje en su móvil—. Se enoja por cualquier cosa y hace estas escenas. ¡Ya cansa!
Yo escuchaba en silencio, casi disfrutando del momento.
Valeria… solo bastaron unas palabras bien puestas para que tus propios padres volvieran a juzgarte.
Puede que no hayas transferido del todo la empresa o la cuenta del banco, pero ¿de qué sirve eso