Capitulo 68

Los días pasaban con una lentitud dolorosa, como si el tiempo se hubiese confabulado con la tristeza para arrastrar cada hora. El sol salía y se ocultaba sin entusiasmo, su luz apenas lograba calentar el jardín de la casa Cisneros, donde las flores marchitas parecían inclinarse bajo el peso de la melancolía.

A pesar de la aparente paz del hogar —las flores frescas que adornaban el jarrón de la sala, el suave crujido de la madera bajo los pasos de Nelly, el murmullo casi imperceptible de la música clásica que Adrián dejaba sonar desde su despacho—, ella vagaba por la casa como un fantasma. Llevaba días sin maquillarse, con la piel pálida, los ojos hinchados por las lágrimas silenciosas, y la mirada perdida más allá de las paredes.

Se sentaba en el sofá, con las piernas encogidas como una niña asustada, su bata de algodón cubriéndole el cuerpo pero no el alma. Acariciaba con lentitud su vientre, redondo y firme bajo la tela, como si buscará consuelo en ese nuevo corazón que latía dentro
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