Días después.
La noche había caído suave, casi indulgente, sobre la casa Cisneros. La brisa de abril susurraba entre los árboles del jardín, llevando consigo el aroma dulce de las flores nocturnas. Las luces cálidas que colgaban entre las vigas del techo titilaban como luciérnagas doradas, creando un aura acogedora dentro del comedor principal.
Allí, entre el murmullo del fuego encendido en la chimenea y el tintinear elegante de los cubiertos, se reunía una familia que intentaba, poco a poco, volver a sentirse completa. Los candelabros de cristal lanzaban destellos dorados sobre la mesa vestida con manteles de lino blanco, platos de porcelana decorados con detalles dorados, y servilletas dobladas con precisión casi ceremonial. El aire estaba impregnado de aromas reconfortantes: pan recién horneado con romero, carne cocida lentamente en vino tinto, vegetales glaseados con miel de trufa y especias que se fundían en una sinfonía cálida y envolvente.
Nelly, con un vestido largo color salm