Nicolás se despertó antes del amanecer, sintiendo el peso de la noche anterior sobre sus hombros. Las palabras de Raúl seguían retumbando en su mente, como si fueran un eco imposible de apagar. Al abrir la ventana, la ciudad aún estaba sumida en un silencio inquietante, como si presintiera el caos que estaba a punto de desencadenarse.
Había aprendido a moverse en el submundo de las sombras, pero nunca imaginó que enfrentaría una disyuntiva tan brutal: quedarse y someterse al control absoluto de los líderes o arriesgarse a una traición que podría costarle la vida. La última opción que Raúl le había presentado, una facción misteriosa que operaba en las sombras dentro de las mismas sombras, parecía atractiva. Aun así, Nicolás sabía que no podía confiar en nadie, ni siquiera en Raúl, por mucho que él hubiera afirmado ser su “única salida”.
Mientras tomaba un café amargo, su teléfono vibró en la mesa. Un mensaje en la pantalla le indicó que debía dirigirse a la Torre de Control, uno de los