La biblioteca de Umbralis tenía algo distinto por la noche.

Durante el día, el espacio vibraba con susurros de estudiantes, teclas golpeando, hojas pasadas con apuro. Pero cuando caía el sol, todo cambiaba. Las sombras parecían estirarse entre los estantes, los pasillos se volvían más largos de lo normal y el aire tomaba ese espesor invisible que no se puede ver, pero sí sentir.

Liora conocía esa sensación.

Estaba sola. Una vez más.

Había pasado ya más de una hora desde que Lía y Rylan se marcharon, cansados de revisar libros que parecían todos iguales. Pero Liora no podía dejarlo. No después de lo que había escuchado la noche anterior. Esa voz.

Esa maldita voz.

-- No olvides -- había dicho.

Y desde entonces, algo en ella no podía apagar la necesidad de saber más.

Tenía frente a sí el diario de la exalumna que había encontrado días atrás. Las páginas estaban gastadas, algunas manchadas de tinta corrida y otras con garabatos hechos al margen, como si la dueña del cuaderno hubiera inten