Capítulo 4

Me quedé petrificada al observarle el rostro. Se parecía un poco al antiguo junior irritante del día anterior, pero más guapo y más impecable. Su cabello azabache estaba algo desordenado y su perfecto traje sastre color azul rey le quedaba ajustadamente a la medida. Parpadeé como una idiota al notar la frialdad y desasosiego en su mirada aceitunada que miraba a todas partes, menos a mí. Y hubo un error. 

Aparte del junior estúpido de ayer, este tenía peor la mirada, una que causaba terror. Era oscura, a pesar de que el color de sus ojos era de un tono verde aceituna. Pero al menos tenía modales. Cuando reaccioné, él ya se había marchado en su Camaro color escarlata a toda velocidad. 

Frunciendo el ceño, recogí mi bolso y entré despotricando mentalmente a mi escritorio. El día fue bastante tranquilo, sin mencionar mi caída estúpida con ese hombre misterioso. Pasé la mayor parte del tiempo mirando el celular, hallando la manera de distraerme y no pensar en esas preguntas. 

¿Cómo podría contestarlas, si desconocía todo ese aspecto? Es decir, yo tenía 26 años, pero toda mi vida me la había pasado cuidando de Levi como para tener lugar al amor y experimentar lo demás. En términos generales, era virgen

Ni siquiera había besado a nadie. Y era porque tenía mejores cosas que hacer que preocuparme por cosas sin importancia. Planeé mandarle un texto a Keith diciéndole que había elegido a la chica equivocada, pero la presencia de alguien vagamente familiar me hizo declinar la idea. 

—Ya que sabes que no necesito una cita para hablar con Carrick, abre la puerta—dijo el junior irritante con sus petulantes ojos grises irradiando ira y veneno. Vestía otro traje sastre parecido al anterior y acababa de cortarse el cabello, mirándose más imponente— ¿Qué esperas? ¡Hazlo!

Presioné el botón sin replicar y lo vi echarse a correr al interior, mandando a la borda sus modales a pesar de ser un hombre adulto y con dinero. Probablemente no pasaba los treinta, pero estaba cerca. No tardó mucho en salir y cuando lo hizo, se tomó la molestia de voltear a verme. Parpadeé, sin inmutarme a su nueva reacción. 

—Estaré viniendo frecuentemente, así que prepara ese dedo mezquino que tienes junto al botón, ¿de acuerdo? —me dijo con arrogancia antes de salir a la calle y abordar un coche lujoso con chofer exclusivo. Ignoré su comentario y compensé ese mal momento devorando un caramelo de miel mientras le respondía un mensaje a Levi. El día transcurrió con normalidad, incluso en la pizzería aceptaron mi permiso de no asistir al día siguiente por cuestiones familiares y así poder ir de compras con mi hermano en todo el resto de la tarde con tranquilidad. Me preocupaba muchísimo el asunto de Keith, pero aún tenía tres días para responder esas preguntas y soltar la bomba de mi vida sexual. Llegué por fin a casa a las once con quince minutos de la noche con una pizza para cenar, y hallé a Dominic, el mejor amigo de Levi, cantando a todo pulmón en medio de la sala junto con él, descalzos y semi desnudos. Sus playeras estaban en la alfombra y ni siquiera notaron mi presencia hasta que me crucé de brazos sobre el umbral de la puerta. Esbocé una sonrisa al segundo que me vieron. Ruborizado a morir, Dominic apagó enseguida la televisión y Levi rompió a reír, poniéndose la playera.

—Lo siento—se disculpó el amigo de mi hermano, con la playera al revés. 

—Deja que te ayude—me ofrecí y le quité la playera lentamente, para después colocarla como Dios manda. Me di cuenta que últimamente el chico estaba cambiando y no solo su apariencia, sino su manera de ser. Levi había cambiado muchísimo desde que cumplió los quince y me seguía sorprendiendo su altura y su cuerpo bien fornido, luego de ser muy delgado como un fideo.

—¡Trajiste pizza! —canturreó, con la caja de pizza en sus manos. 

—A lavarse las manos, jovencito—le reñí y miré a Dominic—anda, ve a lavarte y cena con nosotros.

—Él de todas maneras se va a quedar a dormir esta noche—me informó Levi, pero yo estaba acostumbrada a que el muchacho se quedara de vez en cuando, y le resté importancia. 

—Iré a cambiarme, preparen la mesa—ordené y antes de subir la escalera, mi hermano me siguió.

—Te ves adorable con la pañoleta y los pendientes—dijo con una sonrisa que abarcó toda su cara y me derretí. No podía regañarlo por haber comprado ese par de regalitos, y le sonreí.

—Me ha encantado, no dejaré de usarlos nunca, hasta que se desgasten lo suficiente.

—¡Te compraré otros cuando estos ya no te sirvan! —prometió y regresó a la sala con una emoción infantil.

Hazlo por él pensé. Si tienes que cruzar el infierno, hazlo por él. 

Esas palabras las repetí en mi cabeza toda la noche, incluso en la cena con el amigo de Levi. 

Dejé a mi hermano con él y fui a la cama para reflexionar la propuesta de Keith, la cual no tenía pies ni cabeza. Saqué el papel con aquellas horripilantes preguntas y las leí una y otra vez. Eran preguntas sin respuestas. Rodé en la cama varias veces, encontrando algo para poder rellenar esos espacios en blanco, pero nada. Y no supe en que instante me quedé dormida, pero desperté gracias a la alarma de mi celular. Guardé otra vez el papel y comencé a afrontar el día. La monotonía me tenía harta y cansada, pero no tenía más que soportarlo. Lo único bueno de todo es que ya no tenía miedo de que nos embargaran la casa porque Keith había pagado lo necesario, pero lo que me tenía con los pelos de punta era su plan. Si quería que me prostituyera, que fuera al maldito grano y lo haría, pero a mi manera y con tipos guapos y millonarios, no con cualquier anciano o viejo asqueroso. Detrás del escritorio de la recepción, tras cerciorarme de que no había citas pendientes o que no había señal del junior irritante, coloqué el papel con las preguntas íntimas sobre una carpeta. Lo leí varias veces con el bolígrafo entre mis labios. Tenía que mentir, no tenía alternativa. Con todo el valor y dignidad que me quedaba, el cual oscilaba el diez por ciento de cien, comencé a mentir y responder esas preguntas rápidamente, antes de que alguien se diera cuenta de lo que estaba haciendo. ¿Qué iban a pensar si me descubrían llenando este formulario sexual? 

¿Hace cuánto fue tu primera relación sexual?

A los 18 años, fue terrible.

¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales?

Ya tiene algún tiempo, estoy oxidada en ese aspecto y no daré detalles.

¿Has estado embarazada?

No, gracias al cielo que no.

¿Has tenido enfermedades venéreas?

¡No! 

¿Cuántas parejas has tenido a lo largo de tu vida?

Te lo dejo en incógnita, aunque el último fue un cuarentón millonario y sexy.

Debía verme como una colegial de quince años luego de descubrir un libro de sexo explícito, porque me atacó un cuadro de risa histérica y nerviosa al concluir de responder las preguntas. Era absolutamente mentira todo. Doblé el papel y lo guardé a salvo dentro de mi bolso. A las dos en punto, dejé todo en orden y tomé un taxi a casa. Esa tarde nos pertenecía a Levi y a mí. Y estaba ansiosa por ir de compras con él y pasar tiempo juntos. Recibí una llamada suya mientras iba de camino a casa.

—¿Ya vienes? —preguntó con ansiedad en cuanto respondí. Rodé los ojos y lo imaginé con su sonrisa infantil.

—Acabo de salir, voy para allá, no comas ansias, pequeño bicho.

Nunca me había descrito como una persona ansiosa o nada parecido, pero estaba igual que Levi. Además, salir una tarde era la mejor manera de aligerar el estrés y la preocupación, tomando en cuenta que desde hacía un año jamás volví a tener un día de descanso, a parte de los fines de semana. Llegué a darme un baño fugaz y ponerme ropa cómoda. Levi me esperó impaciente en la puerta con el reloj de su muñeca siendo presa de su mirada desesperada cada cinco minutos. 

—Comeremos en alguna parte, ¡Vamos! —me instó.

Salimos a toda marcha, cogimos el autobús y nos sentamos juntos, mirando la ciudad. Dentro de mi pecho, mi corazón saltaba de regocijo. 

Por fin un día con mi hermano sin nada de por medio. No quería que pasara el tiempo tan rápido. El centro comercial era tan grande que me sentí intimidada. 

El único que iba y venía a su antojo de ese lugar era mi hermano, ya que se encargaba de la despensa, y yo solo de llevar dinero a casa. 

Tras la muerte de nuestros padres, ir al centro comercial se convirtió en una actividad imposible en mi vida, casi irreal. Era patético sentirme diminuta en ese lugar donde todo el mundo iba, pero honestamente, prefería pasarme las horas trabajando y recibir dinero a cambio. Fuimos a comer fideos chinos a la cafetería del centro comercial mientras Levi hablaba sin parar de la ropa adecuada para mí, me aconsejó no comprar ropa masculina y más femenina, puesto que lo único “femenino” en mi guardarropa era mi uniforme de recepcionista y me ruboricé.

—Tampoco voy a elegir atuendos que no vayan conmigo—me defendí.

—Escogeré las prendas especialmente para ti.

Hice un mohín con los labios, pero lo disimulé bastante bien llevándome los fideos a la boca antes de contraatacar. Era ridículo que mi hermano menor supiera más de ropa adecuada para mí que yo.

—Tu falta de confianza me es una ofensa, ¿sabías? —bufé. Él sonrió ampliamente.

—No es desconfianza, pero tengo una hermana preciosa, no un vago con harapos—dijo y a continuación rompimos a reír. Él tenía razón; y justo en ese momento yo había optado por ponerme unos Jeans viejos y un jersey de hace años, que me quedaba enorme gracias a mi delgadez por culpa del trabajo.

—Bien, sabiondo, te dejo todo en tus manos, pero nada costoso—lo amenacé con el tenedor.

Tres horas, tres exhaustivas horas para comprarme ropa. Y esa era la intención de Levi, comprarme ropa a mí, no a él, ya que siempre solía comprarse cada que podía, pero jamás quise que lo hiciera para mí, hasta ese día. Me obligó a tallarme pantalones de mi medida, un par de faldas, blusas, suéteres bonitos de todo tipo de colores, una que otra playera cómoda, y al final un par de zapatos cerrados, y un par de zapatillas de tacón corrido; pero como mi cumpleaños no fue celebrado gracias a nuestra falta de ingresos, me obsequió un par de tenis, los que yo quisiera y elegí unos Adidas negros. Todo fue de marcas económicas, excepto las zapatillas y los tenis. Volvimos a casa en taxi, que yo pagué, porque no iba a continuar dejando que Levi siguiera despilfarrando el poco dinero que había logrado ganar. Las bolsas de compras eran muy pesadas, pero nos las arreglamos para subirlas a mi alcoba. De los dos, él era el más feliz, aunque no sabía por qué, pero lo acompañé en su alegría por haberme comprado ropa y calzado.

—Mañana procura usar zapatillas nuevas—me aconsejó antes de irnos a dormir.

Así que, al siguiente día, después de dejar el desayuno preparado, me calcé las zapatillas nuevas, arreglé la pañoleta dorada y los pendientes antes de marcharme al trabajo.  Milagrosamente el resto de la semana fue tranquilo, sin rastro de ningún idiota millonario o de la advertencia del banco o de Keith Richards. Pero llegó el viernes demasiado pronto, y mandé un mensaje al ex abogado de mi familia para citarnos el día sábado en el horario de la clase de arte de Levi para estar sin problemas. Él aceptó y quedamos de vernos en el mismo restaurante costoso de la vez pasada. Me vestí con uno de mis nuevos pantalones color azul marino y un suéter celeste también nuevo. Calcé los tenis Adidas negros, admirando su bella textura. Aquel siempre había sido mi deseo culposo de adolescente, pero nunca era tarde para disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Eché mi bolso al hombro y fui a su encuentro.

Keith Richards me esperaba en la misma mesa con una leve sonrisa en sus labios. Se había quitado la barba y cortado el cabello, incluso se había animado a vestir un poco como antes para disimular su estómago pronunciado. Casi había recuperado su apariencia anterior. Tomé asiento y sin decir una sola palabra, deslicé la hoja con sus preguntas subidas de tono hacia él. Abrió el papel y lo leyó detenidamente; pero a medida que lo leía, arqueaba cada vez más una de sus cejas, como si no creyera mis palabras. Me tensé.

—Bien, Tessa, me sorprendes—dijo.

—¿Por qué? —arribé, molesta. Era el colmo.

—Estoy seguro que no estás siendo completamente sincera.

—Ni tú tampoco—espeté.

—La última pregunta, quiero la verdad.

Entorné los ojos. ¿Acaso pensaba que solo había mentido en la última? 

—Fue hace años, Keith, no tiene importancia. Mentí, lo sé, pero ahora lo sabes—dije mecánicamente sin mirarlo, porque si lo hacía, caería en mi mentira—por lo tanto, te exijo la verdad de todo esto.

—¡Un café capuchino, por favor! —ordenó a la mesera más cercana y me miró— ¿y tú qué quieres?

—Lo mismo.

—Que sean dos—le pidió y la mujer asintió, dejándonos solos.

—¿Y bien? —alcé las cejas.

—Eres apta para alquilar tu vientre, Tessa. Y cumples con las características específicas de la persona que solicita tu servicio.

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