El sol de la mañana entraba por las ventanas de la casa, iluminando suavemente cada rincón del hogar. Clara ya estaba despierta, tomando una taza de café mientras observaba a sus hijos. Samuel, con apenas cinco años, corría por la sala con energía desbordante, llevando un pequeño libro bajo el brazo y saludando a Sofía, quien aún era una bebé de poco más de un año. La rutina matutina comenzaba con su propio ritmo, una mezcla de juegos, desayuno y preparación para las responsabilidades que cada uno tenía.
—¡Mamá, mira lo que aprendí hoy! —gritó Samuel, mientras se balanceaba sobre sus pies con emoción—. ¡Puedo escribir mi nombre solo!
Clara sonrió, dejando su taza a un lado y acercándose a él. Sus ojos brillaban con orgullo y ternura. Cada día que pasaba, Samuel crecía más rápido, y Clara se sorprendía de lo mucho que había aprendido y de lo rápido que se estaba convirtiendo en un niño independiente y curioso.
—Eso es increíble, Samuel —dijo, arrodillándose frente a él—. Estoy muy orgu