Capítulo 4

Un hombre estaba de pie frente a la puerta VIP, inclinado de forma incómoda ante dos guardaespaldas enormes. Damian White, el Alfa que antes era arrogante, esa noche parecía un hombre perdido sin rumbo. Llevaba el saco sobre los hombros, la corbata torcida, la mirada apagada, pero aún quedaban rastros de esa aura de Alfa que alguna vez hizo inclinarse a todos.

Dentro del salón, Aurora estaba sentada con elegancia en una silla cerca del ventanal. Frente a ella, una taza de té de jazmín desprendía vapor. Leon estaba a su lado, concentrado garabateando su cuaderno de dibujo mientras lanzaba miradas hacia la puerta.

La puerta se abrió despacio, Damian entró y su mirada fue directo a Leon, su propio hijo, el heredero al que había abandonado junto con su madre cuatro años atrás.

—Siéntate, Damian —ordenó Aurora.

Damian arrastró una silla frente a Aurora.

—¿Por qué has venido aquí? Ni por abogados, ni en la sala de juntas. ¿De verdad crees que seguimos siendo una pareja que puede hablar tranquilamente en la mesa de comedor? —preguntó Aurora con voz fría.

—Quiero hablar contigo a solas —respondió Damian.

—No hay nada que hablar.

—Aurora, me equivoqué. Hace cuatro años, Selena me engañó.

Aurora soltó una risa suave y amarga. —Claro. ¿Y recién te das cuenta? ¿Dónde está Selena? ¿Por qué no la traes?

—Se escapó con mi dinero y fingió estar embarazada de mi hijo.

—Perfecto, es un castigo justo para un Alfa idiota que creyó en una mordida falsa. ¿De verdad pensaste que una loba barata podría sostener el trono de la manada? ¿Creíste que una marca falsa borraría el juramento bajo el altar de luna llena? —replicó Aurora, soltando una risita.

—¿Puedo preguntarte algo más? —murmuró Damian, dudoso.

Aurora frunció el ceño.

—¿Has encontrado a alguien más?

Aurora soltó otra carcajada, esta vez burlona.

Damian alzó la mirada. Sus ojos enrojecidos, no de ira, sino del dolor que él mismo se había causado.

—Me arrepiento, Aurora. Por la Diosa de la Luna, fui un estúpido. Solo quiero que vuelvas.

Aurora guardó silencio. Leon dejó de garabatear, miró a su madre y luego a Damian.

—¿Quieres que mi mami vuelva? ¿Ahora? —preguntó Leon.

Damian intentó sonreírle a Leon.

—Sí, papá quiere que mamá vuelva. Lo siento.

Aurora soltó un bufido. —¿Te disculpas con Leon? Bien. Pero escúchame, Damian. Tus disculpas no compensan mis noches de oscuridad durante cuatro años. Tus disculpas no borran esa mordida falsa de la historia de la manada. Eres el primer Alfa que abandonó a su Luna legítima.

Damian tomó la mano de Aurora sobre la mesa.

—Aurora, por favor, te juro que lo arreglaré todo. Reconoceré a Leon, convocaré al consejo de ancianos, yo...

Aurora retiró la mano de golpe, apartando el toque de Damian como si quemara.

—Leon no necesita tu reconocimiento. Ya tiene un nombre propio. Ya tiene su propio trono. Mírame bien. No necesito tu manada. Construí la mía. Una manada de humanos más leales que los lobos que lideraste con mentiras.

—¿De verdad no quieres volver? Te juro que dejaré a Selena. Arreglaré todo.

—Llegas tarde. Hace cuatro años te necesitaba a mi lado, necesitaba tu abrazo cuando llevaba a Leon en mi vientre. ¿Dónde estabas? En la cama de una loba barata.

Aurora se inclinó, susurrándole al oído:

—Damian White, no morí. Sobreviví a la herida que sembraste y ahora esa herida es mi arma. No volveré. No mereces exigirme nada.

—¿Me odias? —murmuró Damian.

—No te odio. Esta herida costó demasiado para malgastarla en odio. Solo me arrepiento de haberte amado.

Un relámpago afuera iluminó sus siluetas. El Alfa destrozado en su silla. La Luna convertida en Reina Loba, con su heredero a su lado.

Leon miró a Damian por última vez. —Adiós, papá.

Aurora se dio vuelta, tomó la mano de Leon y salió del restaurante. Damian quedó inmóvil, mirando la espalda de la mujer a la que una vez despreció.

Afuera, Aurora estrechó la mano de Leon. El niño la miró.

—Mami, ¿estás bien?

—Estoy bien, Leon. Estamos bien. No lo necesitamos.


Un mes después, Damian White no se rindió.

Aparecía en cada reunión de junta, esperaba en el vestíbulo de Wynn Empire, enviaba flores que siempre regresaban marchitas. Todo el mundo en los círculos empresariales sabía que el Alfa White estaba caído y perseguía a la Luna que una vez desechó.

En el último piso de Wynn Empire Suites, Aurora estaba de pie frente a su ventanal. Su cabello largo caía sobre sus hombros. En el sofá, Leon, ya de tres años, miraba su cuaderno con dibujos: un avión con un logo de luna creciente garabateado en la esquina. Aurora se acercó y tomó la hoja.

—Leon, ¿por qué dibujas esto otra vez?

—Mami, papá dijo que quiere llevarnos a White Lodge. Quiere que vea la manada.

Aurora suspiró. Damian. Ayer estuvo ahí, de pie durante horas esperando a Leon en la entrada. Aurora se negó a verlo, pero Damian siempre encontraba un hueco a través de su hijo.

En ese momento golpearon la puerta. Un guardaespaldas avisó que Damian White había vuelto. Aurora dio permiso para dejarlo pasar.

Damian entró con un rostro desesperado.

—Solo pido una hora. Déjame llevar a Leon a White Lodge por un día. Quiero que conozca la verdadera manada.

Aurora lo miró largo rato. La herida en su pecho palpitó, no de dolor, sino de duda.

¿Y si Leon ve el lado bueno de Damian? ¿Y si de verdad necesita a su padre?

Pero otra voz en su mente susurraba: ¿Y si Damian traiciona otra vez?

Damian sostuvo la mirada de Aurora, ese hombre que una vez doblegó el mundo, ahora se inclinaba ante la única mujer a la que subestimó.

—Aurora, no pido mucho. Solo quiero que veas que puedo cambiar.

Aurora soltó una risa suave. —¿Cambiar?

—Solo dame una oportunidad. Leon lleva mi sangre y tú sigues siendo mi Luna, lo reconozcas o no.

—Ya tengo pareja, mintió Aurora.

Damian se quedó inmóvil.

—¿Quién es?

—Un humano, respondió Aurora.

Damian bufó. —¿Un humano? Qué bajo has caído. ¿Cómo se llama?

—Al menos no tiene el corazón podrido como tú.

—Mientes, Luna. Pasé cuatro años contigo, sé cuándo mientes. Incluso ahora, sé que mientes. —replicó Damian.

Aurora desvió la mirada y llamó al guardaespaldas para que lo escoltara afuera. Damian se fue por su cuenta, echando un vistazo a Leon, que ni lo miró.

Aurora salió al balcón. Detrás de ella, Leon la abrazó.

—Mami, papá dijo que esperará para siempre.

Aurora bajó la mirada hacia Leon. El niño la observó serio, demasiado maduro para su edad.

—Mami, ¿sigues enojada con papá?

—No estoy enojada. Solo no he olvidado.

Leon la rodeó con sus brazos. —Si papá de verdad nos ama, ¿volverás con él?

Esa pregunta golpeó a Aurora más fuerte que cualquier consejo del consejo de ancianos de hace cuatro años.

¿De verdad podría volver? ¿De verdad esta herida tiene remedio?

—¿Quieres ir a White Lodge? —le susurró Aurora.


Una semana después, Aurora estaba de pie en White Lodge, una cabaña de madera al borde del bosque, sede de la manada White, donde Damian la mordió por primera vez. Leon corría por el jardín, acercándose a Damian, que lo esperaba con una sonrisa tímida.

Aurora permanecía en la terraza, envuelta en su abrigo largo. Damian se acercó.

—Gracias por venir.

Aurora lo miró sin expresión. —No te equivoques. Estoy aquí por Leon, no por ti.

Damian asintió despacio. —No pido que confíes de inmediato. Solo quiero que veas que lo intento.

Damian se arrodilló frente a ella, como el hombre que una vez se arrodilló bajo la luna llena.

—¡Aurora, dame una segunda oportunidad! Déjame demostrar que aún soy digno de ti.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP