La puerta principal de White Lodge se abrió. Damian, que acababa de terminar de ordenar algunos documentos de trabajo en la sala principal, giró la cabeza con el ceño fruncido. Unos pasos pesados se escucharon, acompañados por el aroma fuerte de un viejo lobo.
Damian se puso de pie de inmediato, casi por reflejo se acomodó el cuello de la camisa.
—¿Padre? —preguntó.
Morgan White estaba de pie en el umbral, varias cicatrices antiguas marcaban su rostro y cuello, dejando claro su estatus de leyenda viviente en la Manada White, el Viejo Alpha que en su tiempo lideró la conquista de decenas de territorios hasta ganarse un nombre temido.
Morgan entró, colgó su abrigo mojado en el perchero junto a la puerta. Sus ojos recorrieron cada rincón del Lodge y luego se clavaron directo en Damian.
—¿Qué tal la empresa que te confié? —preguntó Morgan.
Damian tragó saliva; su padre nunca había sido un Alpha de sonrisa fácil. Detrás de su cabello plateado, la mirada de Morgan siempre lograba que Damian