Anfisa sonreía mientras observaba la escena. El aire estaba lleno de risas y música, y aunque no entendía cada palabra de lo que decían, la atmósfera era tan animada que no necesitaba saber más. Los hombres morenos y carismáticos se movían al ritmo de la música, algunos de ellos ya un poco borrachos, haciendo bromas y bailes torpes pero divertidos.
La vista era tan distinta de lo que estaba acostumbrada. En la mansión de Thomas, todo era tan silencioso, tan contenido. Pero aquí, el bullicio, la risa, los colores de la noche la hacían sentirse parte de algo más grande, más libre.
Sus ojos se encontraron con los de Thomas, quien parecía observarla con la misma intensidad con la que la veía en esos momentos tranquilos de la mansión. La mezcla de emociones en su pecho le hizo sonreír. Pero entonces, uno de los chicos guapos de la fiesta, el más carismático de todos, se acercó a ella con una sonrisa encantadora y extendió la mano.
“¿Bailas?” le preguntó, con una voz profunda y cáli