CAPITULO LVII
Thomas no dijo nada al principio. Cerró la puerta del estudio tras ella, el chasquido resonó como una sentencia. Anfisa se quedó cerca de la entrada, sin saber si avanzar o no. Él estaba de espaldas, con las manos apoyadas en el escritorio, la cabeza agachada como si contuviera una tormenta bajo la piel.

Ella se humedeció los labios, incómoda. "¿Thomas…?"

Él se giró. Su mirada era de acero, tan afilada que dolía. Caminó hacia ella, despacio. Anfisa no retrocedió, pero sintió el latido en su garganta.

"¿Qué hablaste con él?"

Su voz no fue alta. No hizo falta. Tenía esa gravedad que podía quebrar huesos.

"¿Qué te dijo las veces que te lo topaste?", preguntó. "Quiero palabra por palabra."

Ella alzó un poco el rostro, sin evadirlo pero sin entender mucho. "Nada importante. Solo... saludos. Preguntas pequeñas. No le presté mucha atención, Thomas."

Él la miró en silencio. Había más preguntas detrás de sus ojos. Ella las sintió, las leyó, y habló antes de que él insistiera.

"N
Ivette Diaz

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