Capítulo 3
Cuando las hierbas sedantes perdieron efecto y desperté por completo, Bruno ya no estaba. En su lugar, Carmen se encontraba parada al pie de mi cama, con el rostro ensombrecido por el resentimiento.

No había ni una pizca de respeto en su expresión mientras me miraba desde arriba con desprecio.

—Viste todo lo que pasó antes, ¿verdad? —se burló—. Bruno me ama a mí, no a ti. Ya tenemos un hijo de tres años juntos. Le prometió a nuestro niño que sería su heredero.

Cerré los puños, temblando mientras le preguntaba:

—¿Cuánto tiempo llevan juntos ustedes dos?

Carmen levantó cuatro dedos, su cara radiante de arrogante triunfo.

—Cuatro años —presumió—. Me conoció en una reunión de la manada hace cuatro años y se enamoró de mí al instante. La primera noche, no se cansaba de mí. Después se sintió culpable por traicionarte —continuó—, por eso puso todos sus bienes a tu nombre. Esas cosas eran para mí y para nuestro hijo. Te quedaste con los que nos pertenecía.

Me mordí el labio, conteniendo el impulso de atacarla.

Al ver mi contención, Carmen se volvió aún más audaz.

—¿De verdad crees que te ama? —se mofó—. Todas las noches después de que te duermes, viene conmigo. Incluso cuando estaba embarazada, no me dejaba tranquila. Y ahora te cuento la verdad: ese día del ataque de los lobos renegados, él no andaba patrullando la frontera como te dijo. Fue al territorio renegado a rescatarnos a mí y a nuestro hijo. —Esbozó una sonrisa arrogante—. Cuando te capturaron esos renegados, él nos estaba llevando de vuelta a casa. Mientras te golpeaban y perdiste a tu bebé, Bruno estaba conmigo en la cama. Ahora no puede vivir sin mí. Si fueras lista, romperías el vínculo de pareja de una vez.

Sus palabras despertaron los recuerdos de aquel día terrible. Me habían dicho que Bruno había sido capturado por lobos renegados mientras patrullaba la frontera.

Sin dudarlo, corrí hacia allí para protegerlo, pero, cuando llegué, no lo encontré por ningún lado. En cambio, una manada de renegados me rodeó y me hirió gravemente, causando que perdiera a mi bebé y casi muriera.

Mi forma de lobo había entrado en hibernación curativa por las heridas. Desesperada, llamé a Bruno una y otra vez, marcando su teléfono más de una docena de veces sin obtener respuesta, hasta que finalmente se apagó por completo.

Al día siguiente, cuando regresó, se arrodilló junto a mi cama, diciendo que había estado en una negociación de la manada y que se odiaba por no haber estado ahí cuando lo necesité. Incluso, se abofeteó repetidamente como castigo por su falla.

Pero la verdad era que mientras yo agonizaba, casi muriendo, él se estaba divirtiendo con otra mujer.

La última pizca de esperanza se desvaneció en ese momento y mi corazón se convirtió en cenizas.

Al ver mi expresión derrotada, Carmen se puso aún más arrogante. Colocó las manos en las caderas y anunció:

—Mañana es el tercer cumpleaños de mi hijo. Bruno está organizando una gran fiesta para declarar a mi niño como el heredero de la manada. —Se acercó más, bajando la voz a un susurro venenoso—: También me reconocerá como la nueva hembra de rango para tomar tu lugar.

Sus ojos brillaron con crueldad mientras se enderezaba.

—¡Espero verte en la fiesta!

Con eso, salió de la habitación con la barbilla en alto, cada paso irradiando triunfo.

Mientras observaba su partida triunfal, dolores punzantes me apuñalaron el pecho. Al momento siguiente, todo se volvió negro mientras colapsaba.

Cuando desperté, ya era la mañana siguiente.

Lo primero que vi fue a Bruno sentado a mi lado, con los ojos hinchados e inyectados en sangre. Su cabello, usualmente impecable, estaba despeinado, como si hubiera estado pasándose las manos por él toda la noche.

Inmediatamente, me atrajo hacia sus brazos, con su voz quebrándose mientras hablaba:

—Ámbar, por fin despiertas —sollozó, enterrando su cara en mi cabello—. Tu corazón se detuvo dos veces durante la noche. Pensé que te iba a perder.

La imagen de él con Carmen pasó por mi mente, haciéndome sentir enferma, así que lo aparté.

—Estoy bien.

Bruno se congeló, con sus brazos aún extendidos. Un destello de dolor cruzó su cara, seguido de confusión.

—¿Qué pasa? ¿Te duele algo? ¿Llamo a Natán?

Lo miré fijamente, buscando culpa en esos ojos ámbar en los que una vez había confiado completamente. Pero al ver sus lágrimas, le hice la pregunta que no podía callar:

—¿Recuerdas lo que te dije antes de nuestra ceremonia de apareamiento?

Antes de que fuéramos pareja, le había dicho que, si alguna vez se enamoraba de otra persona, debería decírmelo directamente. Yo me haría a un lado por la otra mujer. Pero que, si alguna vez me engañaba, desaparecería de su vida para siempre.

Un destello de pánico cruzó los ojos de Bruno, pero rápidamente se recompuso.

—Solo te amaré a ti en esta vida —declaró firmemente—. Pero ¿por qué preguntas eso? —presionó, estudiando mi rostro—. ¿Alguien te ha llenado la cabeza de mentiras?

Retiré mi mano.

—Solo estoy cansada.

Bruno me miró fijamente por un largo momento antes de levantarse de manera abrupta.

—Vístete. Tengo algo que mostrarte.

Aunque débil, le permití que me ayudara a levantarme. Envolvió una manta gruesa alrededor de mis hombros y me guio por los pasillos del centro de sanación.

Al salir a los terrenos, la vista me dejó sin aliento: un elegante avión privado resplandecía bajo el sol matutino.

Bruno me miró con afecto brillando en sus ojos.

—Siempre has dicho que querías viajar por el mundo, pero yo siempre andaba muy ocupado con los asuntos de la manada. Ya está todo listo. —Bruno me apretó la cintura con su brazo—. En un mes, cuando ya estés bien, dejaré que el consejo se haga cargo de la manada. Por tres meses, iremos a donde quieras. Solo tú y yo. Sin asuntos de la manada. Sin interrupciones. Solo nosotros, arreglando lo nuestro —me susurró al oído.

Para entonces, lobos de toda la manada se habían reunido, atraídos por la conmoción y la vista de su Alfa y su pareja.

—El Alfa Bruno realmente ama a la Luna Ámbar. —susurró alguien con asombro.

—Qué lindo detalle —murmuró otro—. Nunca he visto a un hombre que quiera tanto a su mujer.

Por el rabillo del ojo, divisé a Carmen abriéndose paso entre la multitud. Una vez llegó junto a nosotros, sonrió con serenidad.

—Sí, el Alfa ama más a la Luna —dijo lo suficientemente alto para que todos escucharan—. Luna, no te preocupes. El Alfa solo tiene ojos para ti.
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