Subtítulo:
“Cuando el deseo se vuelve necesidad, no hay piel que quede intacta.”
Ariadna aún sentía las marcas ardientes que Kael había dejado en su piel, pero esa noche, su alfa no parecía tener suficiente. La cabaña olía a leña y deseo, y la tensión entre ambos se volvió a encender como brasas que se niegan a apagarse.
Kael la tomó de la muñeca, con esa fuerza que era dominio y ternura al mismo tiempo, y la llevó de nuevo hacia la mesa. Sus ojos ardían, la mandíbula tensa, las venas de su cuello palpitando como si su lobo rugiera por salir.
—Aún no has terminado de aprender lo que significa ser mía —murmuró con la voz grave y rasposa.
Ariadna tragó saliva, su pecho subía y bajaba acelerado, y la humedad entre sus piernas se mezclaba con la ansiedad de lo que estaba por venir.
—Kael… —susurró, apenas un hilo de voz.
Él bajó su pantalón lentamente, dejándolo caer hasta el suelo, y ella lo vio: su miembro, ancho, venoso, grande, con una punta gruesa y rosada que palpitaba, como si cad