La pesadilla siempre comenzaba igual.
El jardín de la mansión Winter, un paisaje de colores vibrantes en el que un niño de ocho años observaba a su madre, Everly, perdida en su propio mundo.
Con un ramo de flores en las manos, Alaric se acercó, deseando un segundo de su cariño.
—Mamá, mira lo que te traje —dijo, con voz suave.
El rostro de Everly se contorsionó en una expresión de puro asco. Le arrebató las flores y las arrojó al suelo. Alaric se quedó helado, con el corazón roto. Los gritos de la mujer resonaron en el jardín.
—¡Aléjate de mí! ¡Eres igual a él! ¡Un monstruo! ¡Me das asco! —gritaba mientras lo golpeaba.
El corazón de Alaric ya estaba roto antes de que su abuelo llegara para contener a Everly.
En el suelo, herido por los golpes, las palabras de su madre resonaron en su mente: "¡Lo odio! ¡Es la imagen de ese demonio!". Alaric creyó que ese odio era para él.
—Tu madre está enferma, hijo. Algún día te amará —le susurró su tía mientras lo abrazaba.
Alaric no le creyó. Desde