La tensión era palpable. Rachel Blaine caminaba de un lado a otro en el gran salón de la mansión Blaine, mientras su familia, sentada en el sofá, la observaba en silencio.
Lo cierto era que las cosas no podían ser peor, la traición estaba llegando justamente de la mano de su madre, y aquello estaba haciendo que Rachel, estuviera a punto de enloquecer.
—¿Cómo pudieron? ¿Cómo pudiste, mamá? ¿Qué no te percatas de la situación? ¿Por qué traerás a ese hombre a nuestra casa? Y el hecho de que sepa sobre mi hija… mamá… me está volviendo loca…
La mirada de Mara se cargó de dolor ante la expresión de decepción de parte de su hija, mientras su esposo dio un fuerte suspiro, pues él mismo, le había dicho que las cosas no podrían llegar a ser como deseaban, que su hija no lo tomaría de muy buen modo.
Y lo cierto, era que tenía razón, pues Rachel estaba a punto de explotar ante su familia, debido a su frustración.
—Cariño, es lo mejor.
—No puedes decirme eso, ¿quién te crees para tomar decisiones