Alaric Winter parecía un león enjaulado, caminaba de lado a lado, lleno de incredulidad. No podía creerlo, no cuando él estaba seguro de que solo debía hablar con ella, solo necesitaba un momento. Le diría toda la verdad. Le contaría cada cosa que ella necesitara saber. No podía perderla, no cuando estaba loco de amor por ella…
—Mi señor… lo lamento, no la logro encontrar. Llevamos una semana y…
—¿Cómo es posible que mi esposa desaparezca de la nada?
El secretario Frost negó, un tanto incómodo, más ante el hecho de que antes de irse la señora había hecho un completo desastre en la alta sociedad de la ciudad, pues al parecer tenía videos del maltrato que había sufrido al lado de la familia Winter.
Sobre todo, por la amante del señor, aquella que ahora estaba en su hogar encerrada, por temor a lo que podían llegar a hacerle, pues había recibido grandes insultos por internet, incluso amenazas hacia su seguridad.
—Creo que ahora deberíamos concentrarnos en la señorita Ayesa, sobre todo an