Alaric caminaba de un lado a otro en su lujosa habitación en la mansión Winter, como un león enjaulado.
Su mente era un torbellino de frustración, ira y una punzada de culpa que se negaba a ignorar.
Tomó el teléfono y marcó el número de su secretario, la llamada conectó de inmediato.
—¿Dónde está mi esposa? —preguntó Alaric, sin preámbulos. Su voz era un rugido, y el secretario, al otro lado de la línea, se tensó al instante.
—Señor Winter, su esposa… no está en el dormitorio de la universidad —respondió el secretario, con voz nerviosa—. Nadie sabe nada de ella, y la señorita Sierra Pierce tampoco se encuentra.
Alaric sintió que la sangre le hervía. —¿Cómo es posible? Ella debería estar en su dormitorio. ¡Encuéntrala, ahora!
El hombre no sabía qué responder, un tanto dudoso, le dijo: —Tal vez tuvo algún inconveniente, señor…
—No me importan las excusas que creas que puedes dar por ella. Quiero que la encuentres y me la pases al teléfono para que me explique por qué no está en su dormi