La noche en Londres era fría y densa, con un aire cargado de amenaza. Aaron se encontraba en su despacho, con el ceño fruncido y los nudillos blancos de tanto apretar los puños. No podía quedarse de brazos cruzados. Sabía que Vikram Khanna no era un hombre de amenazas vacías.
Nathan, su jefe de seguridad, se mantenía de pie a su lado, con una expresión imperturbable.
—Señor, no creo que sea prudente ir solo —dijo con voz grave—. Vikram Khanna no es cualquier hombre de negocios. Es un traficante peligroso, y sabemos que no tiene escrúpulos.
Aaron soltó una risa irónica.
—¿Crees que no lo sé? Precisamente por eso tengo que ocuparme de esto personalmente.
Nathan suspiró.
—Si insiste en ir, al menos deje que lo acompañemos.
Aaron negó con la cabeza.
—Si aparecemos con un grupo de hombres armados, esto se convertirá en una guerra abierta. No. Voy a manejarlo a mi manera.
Nathan apretó los labios, pero no discutió. Sabía que cuando Aaron tomaba una decisión, era imposible hacerlo cambiar de