Vikram se encontraba en su oficina, el humo de su cigarro formando espirales en el aire mientras observaba fijamente la pantalla de su teléfono. Su mirada se oscureció al ver el nombre de Eleanor en la notificación.
—¿Qué ocurre? —preguntó al responder.
—Señor… recibí la orden. ¿Está seguro de que quiere suspender todo?
—¿Desde cuándo cuestionas mis órdenes? —su voz era fría, implacable.
—No lo hago, solo…
—Katerina debe estar aquí. No hay más sesiones. No hay más tiempo. Tráiganmela.
Sin darle oportunidad de responder, cortó la llamada y se giró hacia uno de sus hombres de confianza, que esperaba instrucciones.
—Reúnan a los muchachos. Vayan por Katerina. Si hay resistencia, eliminen el problema.
El hombre asintió sin cuestionar.
—Sí, señor.
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Los vehículos negros avanzaban por las carreteras de Londres como sombras en la noche, sin llamar la atención, sin dejar rastro de su presencia.
Al llegar a la casa donde Katerina estaba retenida, los hombres de Vikram se bajaron rápidamente.