Sofía detuvo sus pasos a escasos metros de Sebastián. Lo observó en silencio, manteniendo las manos en los bolsillos, como si ese gesto le ayudara a controlar las palabras que necesitaba para sacar lo de esa burbuja que lo rodeaba. Él estaba de espaldas, quieto, con los hombros tensos. Durante unos segundos, ella intentó descifrar lo que pasaba por su cabeza. Parecía perdido en sus propios pensamientos, como si la noche lo hubiera arrastrado demasiado lejos de casa.
Sofía aspiró discretamente, buscando reconocer el olor al alcohol que tantas veces lo delataba, pero no percibió nada. Esa ausencia, lejos de tranquilizarla, la desconcertó.
Un suspiro pesado se escapó de los labios de Sebastián. Giró apenas la cabeza y, al encontrar los ojos de Sofía tan cerca, dio un pequeño salto. La sorpresa se reflejó en su rostro, aunque enseguida trató de ocultarla detrás de esa máscara de fastidio que tan bien dominaba.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él con su tono impaciente de siempre. Eso que demos