Gracia abrió lentamente los ojos. La luz tenue de la habitación la obligó a parpadear varias veces antes de enfocar. Su cuerpo estaba adolorido por la cesárea, y su mente muy dispersa.
Lo primero que vio fue un techo blanco, después, una sombra moviéndose a su lado. Pandora estaba allí, sentada en una silla, con los codos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas.
—Hola… —dijo Pandora, forzando una sonrisa apenas con la comisura de sus labios.
Gracia trató de incorporarse, pero un dolor agudo en su abdomen la obligó a jadear.
—¿Qué… qué haces aquí tan temprano? —preguntó, con la voz débil y áspera.
Pandora dudó. No la miraba directamente, tenía la mirada gacha, le costaba que Gracia viera su expresión.
—Vine… vine en cuanto me avisaron que habías despertado —respondió, pero su voz tembló, y Gracia lo notó.
Se hizo un silencio incómodo. Gracia comenzó a mirar alrededor. La habitación estaba vacía. Muy vacía para una familia que acaba de tener su primer hijo.
—¿Dónde…? —susur