UNA DEVASTADORA DECISIÓN

Fernando volvió a casa como si nada hubiera pasado, pero al fijar la mirada en la pared principal del salón, notó que su imponente retrato ya no estaba allí. Frunció el ceño.

—¿Dónde está el cuadro?

Avanzó unos pasos y encontró a Gracia sentada en uno de los sofás. Llevaba una venda en la cabeza y el rostro marcado por moretones.

Corrió hacia ella, alarmado, y se arrodilló a su lado, sin poder ocultar el desconcierto.

—Gracia, mi amor… ¿qué te pasó?

La recorrió con la mirada, buscando más señales del daño.

Gracia lo observó fijamente, sin parpadear.

—Quiero el divorcio, Fernando —dijo con calma, pero con un tono irrefutable.

Él se puso de pie de un salto, negando con vehemencia.

—¿Divorcio? Por supuesto que no, Gracia. Mi amor, ¿de qué estás hablando? Sea lo que sea que haya pasado, podemos solucionarlo. No me pidas esto… no ahora.

—Fernando, ya tomé una decisión —replicó ella, firme.

—No, mi amor… Gracia, por favor, sé sensata. Este no es el momento. No después de todo lo que hemos vivido. ¿Recuerdas cuando huimos y lo dejamos todo por estar juntos? Hemos luchado demasiado.

—Precisamente por eso, Fernando. Tú crees que tienes una responsabilidad emocional conmigo, pero no es así. Quiero el divorcio. Además, tú ya estás casado —dijo, mostrándole las fotos en su teléfono.

Fernando respiró hondo, intentando mantener la calma.

—¿Es por eso, Gracia? Estás confundida, mi amor. Esas fotos tienen una explicación. Mariana quiso tomárselas porque se sentía muy deprimida. Me siento culpable por haberle quitado la oportunidad de criar a su hijo. Es normal que se sienta así… es su madre.

—Qué considerado eres, Fernando. ¡Quiero el divorcio! —esta vez, lo gritó.

—Mi amor, ya te lo expliqué… —insistió Fernando, pero Gracia se levantó del sofá con decisión.

—Quiero el divorcio. Ya te lo he dicho, Fernando.

Él, exasperado por su persistencia, cambió de tono y la miró con rabia.

—Estás exagerando, Gracia. ¿Acaso tienes celos de una secretaria?

—No siento celos. Pero no me gusta lo que hay entre ustedes.

—Está embarazada. Te lo he repetido mil veces: está esperando a nuestro hijo. ¿Quieres obligarla a abortar?

Fernando apretó los dientes, y Gracia se enfureció aún más.

—¿Nuestro hijo? No es mi hijo, Fernando.

En ese preciso momento, cuando la conversación alcanzaba su punto más tenso, el teléfono de Fernando comenzó a sonar insistentemente.

Gracia lo miró de reojo. Él contestó de inmediato.

—Dime, Mariana.

Del otro lado de la línea, la secretaria insistía con voz temblorosa: se sentía mal y decía necesitarlo.

Gracia desvió la mirada hacia otro lado, ocultando las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Fernando, al notarlo, suavizó el tono y se acercó a ella, tomándola con delicadeza de los brazos.

—Mi amor… Gracia, por favor, perdóname. Todo va a volver a la normalidad, te lo juro. Vamos a ser felices, lo sé. Tendremos ese hijo que siempre soñamos. Te amo demasiado, Gracia, y sé que tú también me amas. No vamos a divorciarnos… porque los dos sabemos que no podemos vivir el uno sin el otro.

Le rozó la mejilla con un beso leve y se marchó sin decir más.

Gracia rompió en llanto y se encerró en su habitación. Se sentó junto a su mesa de noche y, entre algunos recuerdos que aún conservaba, encontró una carta. Era la vieja nota donde Fernando había escrito sus votos matrimoniales, aquel día en que se casaron en la pequeña capilla.

Sintió un nudo en el estómago al leer cada palabra, cada promesa que él le hizo en ese entonces… hasta que llegó a la última frase.

«Si llego a herirte, no dudes ni un minuto en marcharte, mi amor.»

Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Sus pensamientos la arrastraron a aquella noche en la que huyeron juntos. Recordó su ternura, su amor incondicional, y cómo le juró que jamás la haría sufrir.

Miró la carta una vez más y, con el corazón hecho trizas, la rompió en pedazos.

Se secó las lágrimas y tomó su teléfono. Buscó el número de una vieja amiga de la universidad, una abogada prestigiosa y reconocida por su experiencia.

—Hola.

—Pandora, soy yo… Gracia.

—¿Gracia? ¡Gracia Sanclemente! Amiga, ¡cuánto tiempo sin saber de ti! ¿Cómo estás?

Gracia respiró hondo antes de responder.

—Sí, ha pasado mucho… Perdón por llamarte solo porque te necesito, pero hay algo urgente que está ocurriendo…

Comenzó a contarle con detalle sus intenciones de divorciarse. Pandora, al otro lado de la línea, escuchaba con atención mientras tomaba notas.

—Gracia, dame una hora y te envío los documentos. Pero… por cierto, tu padre también ha contactado mis servicios.

—¿Mi padre? ¿Para qué?

—Por el hombre con el que ibas a casarte hace años. ¿Lo recuerdas?

—Sí… ¿cómo olvidarlo?

Maximilien Fuenmayor. Está presionando a tu padre para que le pague el dinero que le debe. Al parecer, nunca pudo perdonarte que lo dejaras plantado en el altar.

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