Ese último mensaje, inevitablemente, captó por completo la atención de Maximilien. Al leerlo, una leve sonrisa se dibujó en su rostro y, para sorpresa de todos, se sonrojó ante las cámaras. Estaba completamente ajeno al hecho de que, al otro lado de la pantalla, Gracia lo observaba con atención.
Fue entonces cuando el mismo periodista que había iniciado el escándalo volvió a la carga, aprovechando su momento.
—Señor Fuenmayor, ¿acaso le resulta gracioso lo que el señor Fernando ha estado diciendo? —preguntó con un tono cargado de veneno.
—¿Gracioso? —repitió Maximilien, arqueando una ceja. Aunque solía evitar hablar de su vida privada en público, la insistencia y el contexto lo empujaron a responder con serenidad—. Tengo que irme, mi esposa me está esperando en casa para cenar.
Dicho eso, le dio una palmadita en la espalda al periodista y se alejó con tranquilidad. Las cámaras lo siguieron, pero él no volvió a mirar atrás.
Fernando, al escuchar la respuesta, se tornó sombrío. La tensi