Antonia reía suavemente mientras doblaba una pequeña manta sobre el sillón. Gracia, sentada cerca de la ventana del cuarto hospitalario, giraba entre las manos una taza de té a medio terminar.
—Yo digo que será niño —opinó Antonia con picardía—. Tiene toda la pinta de ser un varoncito inquieto, como su papá.
—¿Y por qué no una niña? —replicó Gracia con una sonrisa sutil—. Sería dulce que tuviera sus ojos... pero con mi carácter.
Ambas rieron, y el ambiente, por un instante, se volvió menos pesado, menos lleno de esa espera silenciosa que lo impregnaba todo desde que Maximilien había caído en coma. Ya casi se cumplían tres meses desde aquel día.
Fue entonces que llamaron a la puerta.
Gracia se incorporó con naturalidad. Al abrir, se encontró con la imagen impecable de Celeste. Traje sastre oscuro, moño firme, mirada directa. Siempre había sido perfecta, como Maximilien .
—Celeste, ¡que sorpresa! ¿Qué haces aquí?
—Señora Gracia —saludó con una inclinación breve de cabeza—. Lamento la in