Aunque María y Lauren se resistían a la humillación, tenían claro el objetivo. Llegaron temprano a la compañía de Gracia, convencidas de que ella no estaría presente para verlas cumplir su “primer día de trabajo”.
Pero la sorpresa fue brutal.
La puerta principal se abrió y apareció Gracia. Imponente. Altiva. Erguida como hacía mucho tiempo no la veían. Vestida con autoridad, sin una sombra de duda en la mirada.
Lauren se inclinó hacia su madre y murmuró con rabia contenida:
—Mamá… Gracia vino a recibirnos.
—Era lógico, hija —susurró María, intentando calmarla—. No iba a quedarse tranquila con nosotras aquí.
Gracia se detuvo frente a ellas, con los brazos cruzados, mirándolas de arriba abajo.
—Llegaron diez minutos tarde en su primer día de trabajo. Impresionante descuido, una siguiente llegada tarde, y su puesto de trabajo se pone en juego.
Lauren forzó una sonrisa cínica.
—Lo siento, hermana. El tráfico en transporte público es terrible. Tú no lo comprenderías, tienes chofer.
Gracia