Maximilien regresó a casa esa noche y, con un aire misterioso, invitó a Gracia a acompañarlo al día siguiente a un lugar especial. Ella, intrigada, intentó sacarle la información, pero él se limitó a sonreír y guardó silencio hasta la mañana siguiente.
—¿Estás lista, preciosa? —le preguntó acariciándole la mejilla.
—Claro que sí, ¿a dónde me llevas? —insistió, ansiosa. Maximilien solo le dedicó una sonrisa enigmática.
—Quiero que conozcas a alguien. Lo entenderás cuando lleguemos.
Gracia sabía que con Maximilien las cosas funcionaban así: era mejor dejarse sorprender.
Unos treinta minutos después, llegaron a un hospital elegante a las afueras de la ciudad. No era un centro médico común; el ambiente era sereno, cálido, como si fuera un refugio.
Gracia observaba a su alrededor, sin comprender del todo a qué habían ido. Maximilien le tomó la mano y la condujo por los pasillos hasta una de las habitaciones premium.
Al fondo, junto a un amplio ventanal con vista a un jardín cuidado con es