INFINITO DOLOR.
Maximilien escuchó todo con atención. Justo cuando iba a acercarse a Gracia para contarle lo que había averiguado, la puerta de la sala de reanimación se abrió. Ambos, como si compartieran un mismo instinto, giraron al mismo tiempo hacia el médico que salía.
Gracia se levantó de golpe al verlo. El doctor lucía exhausto, con el rostro sombrío y los ojos bajos, su expresión lo decía todo.
—Doctor… ¿cómo está mi abuela? —preguntó Gracia, desesperada.
El médico suspiró y negó lentamente con la cabeza.
—Lo siento mucho, señora Sanclemente. Hicimos todo lo posible… pero su abuela no resistió. Falleció hace unos minutos. De verdad, lo lamento.
—¡No! ¡Noooo! —gritó Gracia, como si el alma se le desprendiera del cuerpo—. ¡Dígame que no es cierto, por favor! ¡No, mi abuela no!
Maximilien se acercó y la envolvió entre sus brazos. Ella lloraba desgarrada, como si le faltara el aire. Se aferró a él, pero no encontraba consuelo, y él, por su parte, no hallaba palabras que pudieran aliviar ese dolor