38. Una trampa
Esa noche, dominado por el orgullo y un sentimiento oscuro superior a él, Remo se encerró en el despacho y bebió no solo hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada, sino hasta que todo de él comenzó a anhelar arreglar las cosas con Marianné.
— Debo hablar con ella — musitó, decidido, antes de incorporarse y acercarse a la puerta.
Alguien entró antes de que él tuviera la oportunidad de salir.
— ¿Ginevra? — preguntó, confundido. Echó un vistazo al reloj para comprobar lo tarde que era — ¿Qué haces despierta a esta hora?
— No podía dormir, y como vi que la luz del despacho estaba encendida, pensé que podríamos hacernos un poco de compañía. ¿Qué dices? — musitó con una media sonrisa afligida.
Remo negó.
— Lo siento, Ginevra, pero ya me iba a retirar. Dile a una mucama que te prepare un té.
— ¡Pero…!
— Buenas noches — entonces se retiró, y la dejó allí, sin sospechar lo que pasaría después.
Minutos más tarde, entró a la habitación y vio que Marianné dormía profundamente, así