La copa de vino tembló ligeramente en la mano de Luna cuando la levantó para beber. No era por el frío ni por el peso del cristal… sino por la forma en que él la miraba. No con deseo inmediato, ni con ese impulso carnal que ya había sentido otras veces que un hombre la miraba. Esta vez era distinto. Andrey la miraba con detenimiento, con esa clase de calma que da el poder… y con la fascinación contenida de quien no logra entender por qué algo —o alguien— lo perturba tanto.
Y ella estaba tan…
—Por ahora… —dijo él de pronto, mirando cómo los labios de Luna, se mojaban con el vino y rompiendo el silencio entre ambos—. No quiero que me preguntes nada acerca de tus dudas sobre mí. Solo quiero disfrutar esto…
Luna parpadeó un par de veces.
—¿Esto? —replicó.
—Tu compañía —dijo él con simpleza, aunque su forma de hablar era tan refinada y no podía describir ni predecir su acento.
Nunca había escuchado una voz como esa, y esa manera de hablar tan diferente y perfecta al mismo tiempo.
Ella abri