CAPÍTULO 44
—Luna… —la voz de Alex volvió a su tono normal, más suave, más humano—. Mírame… Soy yo.
Ella no podía parar de llorar. Tenía las manos cubriéndose el rostro, las rodillas en el suelo, y la tierra húmeda pegada a sus piernas.
—No… no puede ser… no puede ser… —susurraba una y otra vez, como si al repetirlo pudiera deshacer lo que había visto.
Alex retrocedió sus alas, que desaparecieron como si nunca hubieran estado allí. Su piel volvió a su color natural, y su postura se humanizó. Se acercó despacio, y se arrodilló frente a ella, levantando una mano con cautela.
—Luna, mírame —insistió—. Soy tu hermano, Alex… El mismo que te llevaba en los hombros cuando tenías miedo de la lluvia. El mismo que te enseñó a andar en bicicleta.
Ella lo miró con los ojos nublados, como si no pudiera ver bien a través del horror que la rodeaba.
—Tócame —dijo él—. Tócame el rostro, por favor. No soy una ilusión.
Luna lo miró a través del llanto. Su rostro era el mismo que el de aquel niño que la