Luna se bajó del autobús con el corazón bombeando de adrenalina sin poder creer que había sido capaz de llegar a este punto.
Desde la parada de bus, caminó unas cuadras y se detuvo frente al edificio Administrativo Central de Unilever, que literalmente era un monstruo de acero y vidrio que parecía escupir poder por las paredes.
Nadie la detuvo, vestía su uniforme de oficina y cargaba una carpeta como si fuera cualquier mensajera más.
—Buenos días —dijo con voz firme—. Vengo a entregar estos documentos urgentes. Me dijeron que debía subirlos directamente al área de dirección.
La recepcionista, joven y pintada como una muñeca corporativa, parpadeó.
—¿Tiene pase autorizado?
—Sí, sí —mintió, levantando la carpeta con una sonrisa cansada—. Me lo mandaron al correo, pero… no pude imprimirlo. Se supone que debía llegar antes de las nueve.
La recepcionista dudó y Luna lo supo, pero también sabía que, si parecía segura, con prisa y lo suficientemente molesta, las puertas se abrían.
—Está bien… El área de dirección es el piso treinta y seis. Pase por los ascensores del ala este.
Luna agradeció y caminó con paso firme hasta las puertas plateadas. Al cerrar detrás de ella, su reflejo tembló levemente en el acero mientras sus manos estaban sudadas.
“¿Qué estás haciendo, Luna?”
“Lo que nadie más va a hacer por mí.”
Al llegar al piso 36, el silencio era otro. No era como en su edificio, lleno de teclados y ruido de fotocopiadoras. Aquí había alfombras gruesas, paredes con arte moderno, y un aire que olía a café importado y decisiones millonarias.
Se acercó al escritorio de recepción, detrás de él había una mujer impecable —cabello recogido, labios rojos y una expresión que gritaba “no tengo tiempo”— que la miró de arriba abajo con una ceja arqueada.
De hecho, detrás de ella había una enorme pared de vidrio que hacía como de reflejo a la vez, y no sabía por dónde se entraba a alguna oficina.
—¿Su nombre, por favor? —preguntó sin saludar.
—Luna Miller. No tengo cita, solo necesito hablar cinco minutos con el director general.
Y la mujer bufó casi burlesca, mientras que, dentro de esos vidrios, algo diferente sucedió:
Los pensamientos de Andrey Launder detrás del vidrio se vieron interrumpidos de inmediato cuando sintió que algo, como si fuesen hilos dentro de su alma, se hubieran tensado dentro de él, y hubiesen halado su cuerpo para pegarlo a una pared de hierro en un golpe seco.
Todo cambió de inmediato y sus sentidos se agudizaron, disolviendo sus propios pensamientos e incluso su respiración.
Era como una vibración que se coló entre los cristales, un sonido agudo, y esa voz quebrada de furia hizo que inclinara ligeramente la cabeza, y de inmediato el mundo se transformó. Su cuerpo permanecía quieto, pero sus sentidos no.
El sonido se filtró como un hilo de agua a través del concreto con esa voz…
No había sentido esto nunca, era relativamente como si los hilos dentro de él se movieran y ese latido, se uniera con el suyo de forma significativa.
Sus ojos parpadearon rápidamente cuando el tono de una voz comenzó a ser más alta que la reunión, pero era obvio que solo para él, porque podía escuchar los sentidos de todos en un pestañear, escuchar latidos desde la distancia, y mirar a kilómetros desde su sitio, pero lo que más le llamó la atención fue el vibrato de esa garganta. Era aguda, quebrada, desesperada…
—Imposible… Yo no puedo dejarla pasar, el señor Lemaitre está en una reunión privada, y aunque no lo estuviera, no recibe visitas sin agendamiento formal. Puede enviar un correo a su asistente en caso de que tenga una razón válida. Pero no la tiene, ¿verdad?
Vio a esa chica tragar saliva.
Sus sentidos se agudizaron y su misma garganta se secó saboreando también ese pase por su garganta. Su mirada se afiló como si tuviese unos binoculares instalados en sus ojos para ir hacia esa voz a través de un vidrio opaco.
La reunión seguía igual, pero él ya estaba detrás de ese vidrio, aun cuando estaba más lejos que todos los presentes.
—Mire… por favor. Solo quiero que me escuchen. Me están destruyendo allá en… yo trabajo en…
—Señorita, abandone el piso, por favor…
Andrey cerró lentamente los ojos y aspiró el olor. Sus pupilas se estrecharon como una bestia que detecta algo fuera de su orden y se quedó sin respirar por un momento.
Pudo oír cada nota de desesperación en su tono, como si las cuerdas vocales de aquella mujer estuvieran hechas de cristal a punto de estallar.
Su respiración estaba completamente agitada, con exhalaciones cortas y profundas, y su corazón, ese estruendo, se esparció por todo su cuerpo, desbocado, golpeando contra su pecho como si intentara romper sus costillas.
Entonces, no pudo mantener los ojos cerrados y los abrió, y comenzó a pasar los ojos en ella como si fuera un escáner.
Cabello casi rubio, alborotado por la lluvia y la rabia. La piel blanca, demasiado clara para este mundo de hombres oscuros. Sus labios estaban tensos, pero todavía conservaban una forma sonrosada que hablaba de dulzura antes de la guerra. Su mirada, sin embargo, lo detenía todo: desesperación y obstinación. Como si el universo entero hubiera puesto una rodilla sobre su espalda y ella aún intentara levantarse.
—Escuche… Me humillan todos los días. Y ese hombre, Collins, es un acosador, un abusador con corbata. Llevo años trabajando como una esclava, y nadie hace nada porque todos le temen. Solo necesito que alguien… alguien con poder, sepa lo que está pasando.
La mujer frente a ella ladeó la cabeza.
—¿Y cree que el director general de una multinacional va a detener su agenda por una asistente administrativa sin cita?
—¡Estoy harta! ¿Me escucha? ¡HARTA! ¡Yo soy buena en lo que hago! Pero ese hombre… ese hombre me está destruyendo. Me hace sentir como basura. Y si no me dejan hablar, entonces háganme escoltar, pero yo no me voy sin decir la verdad.
Gritaba con furia, pero lo que Andrey oyó no fueron solo palabras, ella estaba fuera de control.
Bajó la mirada a su cuello, acercó sus ojos tanto que podía ver sus poros dilatados, y sus venas palpitando que tuvo que poner su mano en un puño.
Había algo en su obstinación que no era simple desesperación. Era otra cosa… algo como una “dignidad agónica”. Como si la vida le hubiera escupido en la cara tantas veces que ya no le dolía, y lo único que podía hacer era gritar por sí misma.
Entonces, volvió a parpadear, para apartar sus ojos milimétricos de ella, porque su calor, lo estaba incendiando.
Y no exageraba, podía sentir su calor corporal, y tenía en la frente el olor a Jasmín, y a algo dulce que no había podido descifrar todavía.
Sin apartar la vista, él solo murmuró con voz apenas audible para Denzel, su asistente, aunque todos en la sala, pensaran que era al revés y él mismo fuese un empleado que acompañaba a Denzel ese día.
—Silencia la sala —aunque no le hacía falta el silencio para escucharla, tenía el plan para que los demás notaran la situación de allá afuera.
Denzel no dudó. Con otro leve gesto, el sistema de sonido de la sala se apagó, los micrófonos enmudecieron y algunos ejecutivos se giraron confundidos.
—¡Señorita! Está alterando el ambiente de trabajo, le pediré que se retire antes de que llame a seguridad.
—¡Llámelo! ¡Que venga todo el maldito edificio a escucharme! ¡Estoy cansada de que me traten como basura cuando todo lo que he hecho es trabajar hasta los huesos! Y su jefe debe saberlo, debe saber lo que pasa en los demás edificios. Todo este mal trato a los empleados solo le da una pésima imagen a la empresa. ¿Entonces toda esa propaganda barata que sale en los comerciales, de que Unilever es lo mejor de los negocios y que protegen a sus empleados, ¿A dónde queda?
Andrey alzó el mentón apenas medio centímetro, era una orden directa y su perfecto asistente la entendió.
Entonces Denzel se incorporó, mirando a Lemaitre el hombre que, de alguna forma, estaba allí para llevar a cabo la reunión como director general.
—Es evidente que hay un tema afuera —Lemaitre se dio cuenta hasta ahora, y negó preocupado.
—Llamaremos a seguridad, no se preocupe —Pero Denzel habló con su voz seca:
—La reunión se suspende por ahora, el señor Lemaitre se encargará de este imprevisto ahora mismo. Abandonen la sala.
Los ejecutivos se miraron entre sí, sin entender del todo, pero obedecieron, mientras Andrey podía escuchar la respiración de todos. No podía leer sus mentes, pero sí sus sentidos y la mayoría no estaba conforme con la interrupción, sobre todo Lemaitre.
Pero antes de que alguno se levantara, Denzel quitó la opacidad del vidrio, y tanto la secretaria del piso, como esa chica, Luna, miraron hacia dentro…