El pasillo estaba en silencio cuando llegaron a la habitación. James abrió la puerta y dejó que Isabelle entrara primero. La botella aún descansaba en su mano, aunque ya ninguno de los dos pensaba en el whisky.
Dentro, Isabelle lo miró con una chispa juguetona en los ojos. Se acercó lenta, casi felina, como si cada paso estuviera medido para provocarlo.
—No me harás nada… ¿verdad? —susurró, con un deje travieso en la voz.
James apretó la mandíbula, intentando controlarse.
—No. No en este estado. No voy a aprovecharme de ti.
Ella se rió suavemente, como si sus palabras fueran un reto más que una advertencia.
—Está bien. No tienes que hacerme nada a mí… —se inclinó, rozando sus labios con los de él—. Pero yo sí puedo hacerte algo a ti.
Antes de que pudiera detenerla, Isabelle lo besó con fuerza, un beso cargado de deseo, de calor, de todo lo que había estado reprimiendo. James respondió, pero en cuanto sintió cómo ella descendía frente a él, trató de detenerla, sus manos i