Punto de vista de Julio
El aroma a tocino chisporroteando inundaba mi apartamento mientras el suave crepitar del aceite se mezclaba con el tenue zumbido de la radio.
Tarareaba una melodía que apenas conocía, medio distraído mientras batía huevos en un bol.
El sol de la mañana, que se colaba por las persianas, esparcía franjas de luz sobre la encimera de la cocina.
Todo parecía tranquilo y casi pacífico hasta que mi teléfono empezó a vibrar.
Dejé el bol y fruncí el ceño ante la interrupción. Me sequé las manos con la toalla y me dirigí a la isla de la cocina.
El número en la pantalla era desconocido, solo dígitos largos y ningún nombre.
Durante unos segundos, me quedé allí parado, viendo cómo sonaba. Mi instinto me gritaba que lo ignorara, pero la curiosidad ganó la batalla.
—¿Hola? —dije al altavoz, pero no hubo respuesta.
—¿Hola? Repetí la pregunta y, al no obtener respuesta, estuve a punto de colgar, pero entonces oí la voz de una mujer.
—Hola —dijo con voz aguda. Su voz era suave,