Punto de vista de Julio
Las paredes se cerraban sobre mí, así lo sentía mientras el amplio espacio de repente se me hacía pequeño.
El silencio del ático no era reconfortante, era sofocante, como si alguien me sujetara la garganta con la única intención de ahogarme hasta el último aliento.
Cada tictac del reloj resonaba por la enorme sala, rebotando en los suelos de mármol pulido y las paredes de cristal como una provocación.
Aburrido como un tronco, ya había explorado cada rincón del lugar: cada elegante mostrador, cada mueble moderno y cada cuadro que parecía demasiado caro para tocarlo.
Pero nada de eso hacía que el vacío fuera más llevadero.
Durante las primeras horas, intenté distraerme. Preparé café y limpié la sala, aunque el lugar estaba impecable.
Cuando aún no era suficiente, encendí la televisión y cambié de canal, pero los pensamientos seguían arrastrándose.
Luis, la discusión y la forma en que me miraba como si fuera su propiedad. Odiaba esa mirada, odiaba cómo me había s