Capítulo 2: Destino cambiado.

La envidia y el deseo brillaron en los ojos de Tanya mientras observaba a la pareja, por más que se aconsejaba evitarlo. Había una vibrante energía entre ellos que la hacía anhelar lo que nunca podría tener.

El sonido de Eletta la sacó de sus pensamientos.

—Tanya, ¿Estás bien? —preguntó Eletta frunciendo el ceño con preocupación.

Tanya se giró hacia su amiga, ocultando rápidamente cualquier signo de sus sentimientos.

—Claro, solo estoy un poco cansada —respondió Tanya rápidamente.

—Espero que sea eso amiga, debes entender que mi padre y mi madre se aman, son felices juntos y ese enamoramiento que tienes con él, jamás prosperará y debe mantenerse allí, en el campo de tu imaginación, no más.

Entretanto, fuera, Ludovica subió al auto en el puesto del chofer, visiblemente emocionada, mientras que Alexander lo hizo a su lado, en el puesto de copiloto.

—Vamos a probarlo —propuso él, pero ella se negó.

—Después, tengo muchas cosas qué hacer, y no puedo perder tiempo.

Con esas palabras, salió del coche, dejando a Alexander en el auto, desconcertado.

Sin embargo, al entrar en la sala, se quedó viendo a las chicas y sonrió complacida.

—¿Vieron ese hermoso auto que me regaló Alex? Es que mi esposo es el mejor, siempre me complace en todo, y hace lo que quiere para cumplir mis deseos —alardeó—. Ustedes, niñas, deben conseguirse un marido así, que las consienta y les demuestre su amor con detalles lindos.

En ese momento, entró Alexander, y Ludovica, sin medir su efusividad, tomó a su marido y lo besó con pasión. Alexander la apartó de él riéndose y la reprendió con suavidad.

—¡Amor! Nuestra hija está presente, contrólate —. le susurró a la mujer en voz baja.

—Ay, amor, no seas exagerado. Un día tu hija va a tener novio y hará lo mismo que tú y yo hacemos —pronunció la mujer con dulzura, dándole un beso en la nariz y caminando de regreso al despacho.

Alexander la siguió mientras Tanya lo miraba con un deje de tristeza, preguntándose si algún día lograría que él la mirara como miraba a Ludovica.

“Ya Tanya, ese hombre nunca te va a mirar a ti, ama a su esposa, mejor búscate a alguien de tu edad”, se aconsejó.

Comenzó a recoger sus cosas, y Eletta la vio con curiosidad.

—¿Qué haces? —preguntó.

—Recogiendo mis cosas… y creo que lo mejor es que la próxima vez estudiemos en mi residencia —respondió terminando de recoger sus cosas.

—Sabes que mi padre no le gusta que vaya contigo… te considera demasiado ligera y que vas a mal influenciar a su niña —pronunció la chica encogiéndose de hombros en tono divertido.

—¡Qué cosas no! Si supiera que eres tú la que me sonsaca y me quiere llevar por el mal camino, y que debería ser yo la que tendría que tener cuidado contigo —respondió Tanya con una sonrisa irónica.

Eletta soltó una carcajada, y ambas se echaron a reír, olvidando por un momento la tensión palpable que había en la habitación.

—Estaré encantada de seguir corrompiéndote, querida Tanya, es que debo enseñarte que en el mundo hay otros hombres que estarían encantados de recibir una mirada tuya, y para que no andes de tonta regando la baba por mi papá —dijo Eletta con una sonrisa juguetona.

Mientras Tanya iba saliendo, la pequeña Alyssa, de seis años, llegó corriendo y se paró en frente de la joven.

—¿Puedes hacerme un dibujo? —preguntó.

—Es que ya iba de salida —le dijo y la niña hizo un puchero conteniendo sus ganas de llorar, eso la conmovió.

—Está bien, te haré un dibujo rápido —concedió Tanya.

Se agachó hasta quedar a la altura de Alyssa. Tomó el lápiz y el bloc que traía la niña.

—¿Qué quieres que te dibuje? —preguntó Tanya con una sonrisa.

Alyssa pensó detenidamente antes de contestar.

—Una princesa con un dragón, por favor.

Con una risita, Tanya comenzó a esbozar la figura de una princesa valiente montada en su fiel y feroz dragón; sus dedos se movieron con una gracia natural. Alyssa observó con los ojos bien abiertos, con asombro y emoción cómo las líneas simples se transformaron en una escena mágica.

Una vez terminado, Tanya le entregó el dibujo a Alyssa.

—Espero te guste —le dijo dándole un beso.

Después de despedirse, Tanya salió de la casa, sin darse cuenta de que tras de ella, un par de ojos azules la observaban atentos mientras se alejaba, esbozando una mueca de disgusto.

*****

Ludovica miró a un lado viendo las llaves del auto, las tomó y sus dedos recorrieron sus bordes fríos. Se le escapó una risita nerviosa al mirarlas, no podía soportar la ansiedad, quizás era el símbolo de su nueva libertad.

El peso de la expectación burbujeó en su interior; tal vez un paseo en su nuevo coche calmaría la energía inquieta que bailaba en sus venas. Salió por la puerta y sus movimientos fueron sigilosos, para no ser vista por nadie.

Una vez instalada en el asiento del conductor, Ludovica aspiró el aroma estéril del coche, respirando profundo una mezcla de plástico y nuevo. Introdujo la llave en el contacto y sintió el suave rugido del motor al arrancar

La estrecha carretera que tenía por delante la llamaba, una cinta de aventura que se desplegaba bajo el cielo crepuscular. Pisó a fondo el acelerador, sacando más velocidad del ronroneante motor mientras el paisaje se desdibujaba junto a su ventanilla.

Con un movimiento de muñeca, la música sonó en cascada por los altavoces y las notas se entrelazaron con el aire del atardecer.

Tarareó, su voz ganó confianza y su cuerpo se balanceó al ritmo. Una sonrisa iluminó su expresión y sus ojos brillaron celebrando con emoción su buena suerte. A estaba a pocas horas de que todo cambiara.

Lo que no sabía es que el destino se torcería y su suerte se cruzaría. Un animal salió repentinamente, precipitándose sobre el asfalto. El corazón de Ludovica dio un vuelco y pisó con fuerza el pedal del freno, exigiendo una respuesta. Pero este no respondió.

El pánico se apoderó de su garganta cuando el freno la traicionó, inflexible ante su frenética presión.

El coche derrapó y un chirrido metálico desgarró la melodía de la música. Se sacudió violentamente, virando hacia la valla de protección colocada en el borde de la carretera, una barrera implacable que se irguió centinela sobre el abismo.

El metal gimió, rindiéndose al brutal abrazo de la barandilla, antes de ceder por completo. Y luego, el silencio, mientras el mundo de Ludovica se inclinaba, el suelo desapareció y el coche se precipitó al vacío mientras explotaba.

«La vida es el viaje, no el destino» Albert Camus.

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