Nohemi despertó una vez más, sedienta, con dolor de cabeza, desorientada y bastante cabreada.
Ya no era cuestión de saber que estaba en peligro, la furia la invadía debido a la forma tan ruda en que fue tratada. Atrás quedó el miedo, tal vez era porque no tenía fuerzas; no obstante, cierta determinación se apoderó de la pelirroja cuando decidió que no iba a ceder ante las demandas del cretino de Novikov.
Se sintió sofocada, el calor húmedo la envolvía dificultando su respiración; con mucho esfuerzo se enderezó, examinó su entorno y descubrió que se encontraba en una habitación sencilla, la cama en la que reposaba se alineaba a la pared que poseía la única ventana y en medio de la estancia, estaba una mesa de madera con una silla.
Miró la comida encima de la mesa, arroz, pollo, sopa; incluso un bol lleno de frutas tropicales.
―Al menos no pretenden matarme de hambre ―musitó con sarcasmo.
Sus piernas soportaron su peso y llegó a la mesa sin caerse. Lo primero que hizo fue saciar su sed,