Pasaron tres semanas. Tres semanas de una calma feliz, de una rutina que se sentía todo menos rutinaria. Después de la crisis de la fotografía, algo se había asentado entre Isabel y Jared. La confianza, una vez rota y reparada, se había vuelto más fuerte, más flexible. Ya no había secretos que temer ni pasados que desenterrar. Solo un presente que construían día a día.
Él ahora tenía un cepillo de dientes en el baño de ella. Ella había dejado un par de libros en su mesita de noche. Se habían aprendido de memoria sus pedidos de café, sus manías en el trabajo y la forma exacta en que al otro le gustaba que le rascaran la espalda. Se estaban convirtiendo en un "nosotros" de una forma tan orgánica y natural que a Isabel a veces le daba miedo lo fácil que era.
Ese sábado por la mañana, la casa de Jared olía a café recién hecho y a felicidad. Isabel, descalza y con una camiseta de él, estaba de pie junto a la isla de la cocina, intentando hacer tortillas mientras él se encargaba del café.
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