El miércoles y el jueves transcurrieron en una especie de sueño. La conexión que Isabel y Jared habían forjado se sentía sólida como una roca. Se comunicaban con la facilidad de una pareja que llevara años junta, con mensajes llenos de bromas privadas y llamadas por la noche que eran un refugio de la locura del trabajo. La paz era real.
El viernes por la noche, estaban en casa de Jared. Él insistió en volver a cocinar, esta vez un lomo saltado que olía espectacular. Isabel estaba apoyada en la isla de la cocina, con una copa de vino en la mano, riendo mientras le contaba una anécdota de su equipo de trabajo.
En medio de su risa, el teléfono de él, que estaba sobre la encimera, sonó.
Isabel vio que la pantalla se iluminaba con el nombre "Papá". Jared le dedicó una sonrisa de disculpa y contestó.
—Papá, qué tal. ¿Todo bien? —dijo, su tono era cálido y relajado.
Isabel siguió bebiendo su vino, dándole privacidad. Pero no pudo evitar notar cómo la expresión de Jared cambiaba drásticamente.