CLARIS:
Sus palabras tocaron mi alma. Era un sentimiento que tal vez siempre había sido mío, pero que había estado latente, esperando ese momento para brotar como un torrente indomable. Lo miré a los ojos dorados que parecían pronunciar todas las promesas que nunca nadie me había hecho antes, y asentí.
—Kieran… ya soy tuya —afirmé en un susurro—. Pero tengo miedo, por favor, cuídame. Las estrellas parecían haberse detenido en el tiempo mientras él volvía a bajar sus labios hacia los míos, y mi mundo entero dejó de ser un torbellino. En su lugar, todo se fundió en un solo latido que compartíamos y que decía sin palabras lo que todavía no comprendía del todo, pero que mi alma ya sabía: nosotros éramos inevitables. —De acuerdo, hazlo —pedí al sentir c&oacu