CLARIS:
El beso que compartimos, cargado de urgencia y deseo, pareció desafiar el tiempo y el espacio. Fue un refugio en medio de un mundo incierto, un susurro silente en medio del estruendo de nuestras agitadas emociones. Kieran, en un gesto casi desesperado, profundizó nuestro abrazo, como si aquel contacto fuera el único antídoto para nuestros miedos compartidos. El latido de su corazón resonaba con fuerza contra mi pecho, acoplándose con el mío en una melodía que solo nosotros entendíamos.
—No puedo por ahora tenerte a mi lado, Claris —afirmó, con voz gruesa—. Si el destino lo quiere, volveremos a estar juntos.El calor de su cuerpo y el olor embriagador de su piel eran como un bálsamo que calmaba mis miedos más profundos. Pero sus palabras abrían un profundo vacío en mi interior. Jamás le había rogado a ningún hombre y aqu&iac