23. UNA MUY LARGA NOCHE

KIERAN: 

 Me quedé observando a Claris; tenía tanto miedo que casi podía saborearlo, y aun así, esta insignificante humana se atrevía a desafiarme. Ya le había dado mi palabra de que cuidaría de su hermana, ¿y ahora tenía la osadía de exigirme un contrato escrito?  

 Mi Alfa rugió furioso ante semejante insolencia. ¿Quién se creía que era? Era solo una humana, un vientre que necesitaba para mis cachorros, nada más. Y, sin embargo, ahí estaba, con esos ojos verdes llenos de lágrimas, atreviéndose a poner condiciones.  

 La bestia dentro de mí exigía someterla, doblegarla, mostrarle su lugar. Ningún ser, y menos una simple mortal, tenía derecho a exigirme nada. Mi palabra debería ser suficiente, más que suficiente. El hecho de que siguiera de pie, temblando pero firme en su
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