Sentí cada palabra que se cruzaba entre mi loba y mi Alfa, aunque no hablaban directamente conmigo. El castigo me pareció justo. Lo acepté como una oportunidad. No pude evitar pensar en lo que ocurriría si escapara sola al mundo humano llevándome a mis hijos. ¿Cómo podría protegerlos si lo que nos perseguía era capaz de encontrarme incluso allí?
No sabía nada sobre los poderes que me pertenecían por naturaleza, ni cómo usarlos. Esa revelación dolía, porque entendí la verdad: no podía seguir huyendo de mi esencia. Y luego estaba él. Mi Alfa. Desde la última vez que me dejó su marca, algo en mí había cambiado por completo. Su presencia me atraía con una fuerza inexplicable, un magnetismo crudo y visceral, como si tocara algo más profundo que mi propia voluntad. No pod&ia