Asiento, aunque cada parte de mí quiere gritarle que no estoy acostumbrado a esperar, que no soy el tipo de hombre que se queda de brazos cruzados cuando desea algo. Pero esta vez, sé que no tengo otra opción.
—¿No le gusto, señorita Clío? ¿Me ve tan mal parecido? ¿Estoy muy lejos del ideal de hombre que tiene en su mente? —pregunto desconsolado, tratando de entender el motivo de su rechazo.—No es que no me guste, es usted muy bien parecido —dice, deteniéndose para mirarme—. Cualquier mujer se enamoraría de usted.—Cualquier mujer, menos usted —susurro con dolor.—Tampoco está lejos de mi ideal de hombre con su figura —levanto la cabeza, sorprendido al escucharla—. No así en la manera en que me trata y, mucho menos, como dice usted que me enamora.—Puedo ser mejor, señorita —digo, lleno de esperanDavid es el hermano menor de Leonard y su mano derecha en todo. Su vínculo es inquebrantable, y siempre está dispuesto a ayudarlo, lo que facilita que se acerque a Lúa sin complicaciones. Sin embargo, ese tipo de cosas siempre pone nerviosa a mi amiga.—Lúa, yo soy el hermano de Leo —le dice David directamente, caminando a su lado como si la conversación fuera la cosa más casual del mundo.—Lo sé, señor David —responde ella, tratando de mantener la compostura; sin embargo, su timidez es evidente solo con escucharle. No todos los días hablas con uno de los jefes de la empresa, y menos cuando ese jefe te habla de manera tan personal.—Sé que lo sabes, pero con toda la locura que tienen encima esos dos, tú y yo tenemos que estar muy coordinados —le explica él con seriedad, mientras siguen caminando hacia la oficina de Leonard. En ese momento, saca una t
Mi amiga suspira, todavía sin entender cómo logré meterme en una situación tan absurda con mi jefe. Me mira con resignación, incapaz de comprender mis siempre caóticos encuentros con Leonard.—Ojalá que sea solo eso que dices y se le pase pronto —continúa hablando con máxima seriedad—. Porque este jueguito que empezaron ustedes dos no me está gustando nada. Mira, aquí está toda la información que nos dio. Llévatela al hospital, entretente leyéndola y después me la pasas. Yo debo ir a almorzar con su hermano David y su esposa para coordinarnos también y asegurarnos de que nadie descubra la mentira de que ustedes son novios desde la universidad.Me extiende la carpeta que le dio Leonard, muy seria. Es evidente que Lúa no está disfrutando en absoluto de esta situación, y no la culpo, especialmente porque sé que se
Lúa termina mirándome muy seria. Sé que, aunque a veces parezca alocada, en realidad es una chica sensata y responsable. Además, al estar fuera de mi situación, puede percibir cosas a las que yo muchas veces soy ciega. Sobre todo, sé que haga lo que haga, siempre busca lo mejor para mí. Nos queremos como hermanas. No tenemos secretos entre nosotras, nos conocemos demasiado bien y confiamos ciegamente la una en la otra.—Lo sé, Lúa, lo sé. Confío ciegamente en ti, lo sabes —le contesto con la misma seriedad, porque es verdad y me lo ha demostrado durante todos los años que hemos estado juntas—. Sí, tienes razón, no quiero hacerles daño. No aceptaré su propuesta. Es cierto que me gusta Brayan; todo de él me ha gustado siempre: su cuerpo, sus ojos, la manera en que sonríe, cómo trata a Edna y cómo la ama. Me encanta el brillo
Trato de enfocar mi vista en cualquier cosa: en las paredes desnudas del despacho, en el reloj que marca los minutos que se alargan, pero no puedo evitar sentir que, tal vez, a él realmente le pasa eso. Pienso por un momento en cómo lo veo; siempre lo encuentro nervioso, tratando de controlar sus sonrisas, hablando con voz firme y segura. Es un hombre complicado, un enigma que no se desvela fácilmente.—Sí. Dice que va a ir a un psicólogo por lo que le pasa conmigo —le cuento mientras ella abre los ojos, sorprendida—. ¿Crees que sea verdad? ¿Crees que realmente le sucede algo de eso que dice cuando yo llego?—No lo sé, Clío, pero si nos ponemos a analizar los hechos... —empieza, adoptando ese tono que siempre utiliza cuando va a desmenuzar una situación—. A mí no me habían contratado, pero cuando él te escogió a ti, tú, recién
Lúa se detiene. Su expresión se endurece y no hay ni un atisbo de diversión en su rostro.—¿Y si lo hace? —pregunta, clavándome la mirada y hablando con una seriedad que me descoloca—. ¿Qué vas a hacer, Clío?Su pregunta queda flotando en el aire, más densa de lo que hubiera esperado. Y, por más que intento evitarlo, no puedo dejar de preguntarme lo mismo. ¿Qué voy a hacer si, contra todo pronóstico, Leonard demuestra saber enamorar bien? Y, más importante aún, ¿qué voy a hacer si yo dejo que lo logre?—No lo hará, Lúa. Es un hombre lleno de palabras y desafíos, pero eso no significa nada —le contesto con un tono firme, aunque por dentro siento que mis propias palabras empiezan a flaquear.Ella no me responde de inmediato. Resopla, como si mi comentario no fuera suficiente para tranquilizarla, au
Después de la conversación que tuve con la señorita Clío en mi despacho, me he quedado realmente preocupado. No supe reaccionar a su reto; mi corazón parecía querer salir de mi pecho de tanto saltar, y ninguna idea coherente surgía en mi mente para poder responder a esta mujer que me enloquece. Tras pensarlo mucho, he decidido regresar a mi consulta de psicología, que había abandonado después de mi desilusión al darme cuenta de que, con el paso de los años, mi problema seguía sin resolverse. Hasta que apareció delante de mí, hace un año y seis meses, Clío. Mi problema se soluciona con solo olerla, pero con nadie más.Así que me armé de valor para regresar con mi amigo y doctor Richard. Estuve un rato detrás de la puerta antes de tocar dos veces. Escuché su voz invitándome a entrar y lo hice con cierto temor.&mdash
Al principio, mis pensamientos se congelaron. Esa respuesta suya, o más bien su falta de respuesta directa, me desarmó.—Leonard, tú percibes el olor de las feromonas que ella emite cuando te ve —comenzó a buscar una explicación científica, como siempre. Luego dijo algo que no esperaba—: tú le gustas.—Ja, ja, ja... —no pude evitar reírme al recordar todas las veces que Clío me había rechazado y, lo peor, lo que me había hecho por la mañana. Me había retado a enamorarla, tan segura estaba de que no lograría hacerlo que tuvo el descaro de decírmelo. —¿Qué yo le gusto?—¿No es así? ¿No anda detrás de ti? —preguntó Richard, acostumbrado a mis quejas sobre las mujeres que me seguían y a los consejos que le pedía para deshacerme de ellas sin herirlas.&mda
Richard, que ni siquiera había parpadeado durante mi exasperada confesión, de repente dejó de sonreír. Sus ojos se fijaron en los míos, bajó ligeramente los hombros y se inclinó hacia adelante, adoptando una actitud seria. —Vaya, Leonard… al fin entiendo que esto no es una broma —dijo con un tono apacible, pero había algo en su voz que indicaba que estaba valorando el peso de mi confesión—. Estás en serios problemas. Esa mujer... te va a hacer enloquecer. —Ya lo está haciendo, Richard —admití, dejando caer de nuevo mi peso sobre la silla. Me pasé las manos por el rostro, agotado, como si hablar de ella pudiera despojarme de energía—. Te juro que… no sé qué hacer. Me rechaza, me desafía, me ignora. Y aun así, todo en mí quiere más de ella. Richard dejó es