En medio de una extensa pradera en Australia se encuentra mi casa, una construcción solitaria. Para quien no la conoce, parece deshabitada, pero si ves una sombra moviéndose de un lado a otro en la ventana, enseguida te das cuenta de que hay alguien dentro. Un auto envuelto en polvo llega, y de él se bajan tres hombres que se introducen rápidamente en la casa.
—¿Por qué se demoraron tanto? —les pregunté, molesta. —Teníamos que despistar a quienes nos seguían —respondió uno de ellos. —¿Pudieron lograr algo? ¿Sobornaron al juez? —seguí preguntando ansiosamente. —No, nada. ¡El muy condenado casi nos mete presos a nosotros! —dijo el hombre, dejándose caer en el sofá—. Está muy bien protegido; en ningún momento estuvo solo, siempre tiene cuatro guardaespaldas con &