Aquí estoy, sin saber qué hacer dentro de un mercado de mujeres. Yo jamás he tenido que comprar nada; tengo personas que lo han hecho por mí toda mi vida. Pero quiero demostrarle a Clío que puedo ayudarla; no quiero que se entere de que llamé a alguien para que le hiciera ese favor. Una señorita se acerca a preguntarme si deseo que me ayude.
—En realidad, sí, señorita —confieso, algo avergonzado—. Estoy buscando pijamas para mi abuelita, talla mediana, pero no tengo ni idea de dónde mirar. Está en el hospital, la están operando de la cadera. Es solo hasta que pueda ir por sus cosas a la casa.—Muy bien, señor, sígame. La sección está por allá —me indica con amabilidad.La sigo en silencio, sintiendo cómo todas las miradas de las empleadas están sobre mí. Podría pedir que me lo compraran todo yCruzo los brazos y la miro con una sonrisa ladeada que intenta disimular mi irritación. A veces me pregunto si esta situación no es un poco absurda. Incluso en este contexto, donde claramente estoy intentando ayudar, se las arregla para mantener esta distancia… casi como si temiera la posibilidad de deberme algo.—No se preocupe, Clío. Considérelo parte del paquete: "servicio completo del CEO en funciones ocasionales de asistente personal" —le digo con cierta ironía, esperando su habitual réplica llena de sarcasmo.Sus ojos chispean, algo típico de ella cuando está evaluando si contrarrestar mi respuesta o dejarlo pasar. Finalmente, bufa levemente y sacude la cabeza.—No podría aceptarlo… No me gusta deberle nada a nadie, y menos a usted. Pero gracias. ¿Por qué hace todo esto, señor Leonard? —pregunta de nuevo, con desconfianza.Ahí est
Respiro profundamente y la observo en silencio por un momento. Clío tiene este talento innato para hacer que cualquier respuesta mía suene insuficiente, como si estuviera desarmando cada palabra antes de que salga de mis labios.—Es la verdad —digo al fin, retomando mi tono firme, mirándola con toda la seriedad que puedo reunir. Aunque no puedo decir el verdadero motivo por el que no pasó nada con ellas, tengo que dar una excusa creíble—. Salí con ellas solo para llamar la atención sobre mi nombre y mi empresa; una estrategia comercial. No le pido que me crea, pero es la realidad. Es un trabajo remunerado; todas pertenecen a nuestra agencia.Se cruza de brazos y ladea la cabeza, ahora con curiosidad y un desafío que me hace sentir como si estuviera en un interrogatorio de alto nivel. Ella me observa, evaluando cada una de mis palabras como si fuera a llevarlas a juicio. Finalmente, suspira y se recli
No puedo creer que el castigo que le impuse a mi jefe se haya convertido en esto. Estoy tan furiosa y, al mismo tiempo, agradecida con él por cómo se comportó, que no sé qué pensar. No puedo conciliar el sueño tratando de buscar una solución para mantener a Leo lejos de mi abuela. Si ella lo ve, estoy segura de que mi vida se convertirá en un infierno. Suspiro y miro por la ventana. Tengo tanto por lo que preocuparme, que no pensé cuando le hice prometer esta locura, de la que ahora me arrepiento.Es verdad que no puedo descubrir la mentira, y puede que sea cierto que solo se pasea con las modelos de la agencia de publicidad. Pero esta intimidad y este acercamiento con Leonard me sobrepasan, no lo soporto.A las siete de la mañana llega mi mejor amiga Lúa con su mamá. Me trae ropa. Ya estoy bañada y mi abuelita pasó la noche muy bien; todavía duerme.—Buenos
Suspiro ante la realidad de la trampa en que he caído. Luego buscaré la solución, me digo mientras mi mente repasa a toda velocidad el papel que debo desempeñar frente a Leonard y los demás.—Lo haré bien, como siempre. Ya llegamos —dice ella al ver que sigo leyendo todo—. Ahora respira, que todos te van a estar observando. Por lo visto, el jefe ya llegó; mira su auto allí.—Está bien, iremos a su oficina primero —digo, consciente de que debo seguir con la farsa—. Tú también tienes que comportarte de manera familiar con él. Nadie se va a creer que, siendo mi mejor amiga, no seas amiga de él también.—¡Dios, Clío, en qué lío nos has metido! —exclama nerviosamente.—¿Yo, Lúa? —la miro fijamente—. El vestido que me compraste fue el que nos metió en este l&ia
El señor Leonard se gira despacio y comprueba que es cierto, que nos hemos sentado lejos de él. Respira profundo, tratando de pensar, mientras afloja su corbata y se sienta detrás de su escritorio. En silencio, puedo observar cómo recorre mi cuerpo con su mirada lentamente. Me enderezo. Sé que le gusto, y hoy Lúa me trajo un conjunto de zayas azul cielo que me hace lucir muy sensual. Había dejado mi cabello suelto y pintado mis labios levemente. Leonard traga en seco, vuelve a aflojarse la corbata y se pasa la lengua por los labios, saboreando el rastro del crayón de labios que le quedó del beso que le di al llegar. —Señorita Clío, quiero asegurarme de que esté comprometida al cien por ciento con lo que hemos acordado —dice despacio, como si cada palabra estuviera cuidadosamente medida—. Por su bien, por el mío y, sobre todo, por la imagen que proyectamos. Ese beso… —Es por eso que acaba de decir, señor Leonard. ¿O va a decir que no me estoy tomando esto en serio? —repli
Sus palabras me dejan pensando. Conozco bien a Leonard. Su mente siempre está trabajando, y si lo hice tambalear, no pasará mucho antes de que encuentre una forma de equilibrar el terreno.—Deja de decir locuras, Lúa —digo, más distraída de lo que esperaba. —Es para que deje de enamorarme.—Ese es el plan, ¿verdad? —pregunta con una mirada intensa—. ¿O cambiaste de idea y vas en serio con él?—No, chica. Esto es para que se acabe de convencer de que nunca tendrá nada conmigo —respondo con firmeza—. Vamos al salón antes de que alguien comience a murmurar más de la cuenta.Ambas dejamos la oficina y nos dirigimos al salón que Leonard mencionó. Mi mente viaja constantemente entre mis propias decisiones y los posibles movimientos que Leonard esté planeando en este preciso momento. Cuando entramos, el lugar está
Sé que Clío está planeando algo por el modo en que me mira. Cuando llegamos a mi oficina, la dejo pasar, haciendo acopio de toda mi paciencia y fuerza de voluntad para que mi cerebro siga funcionando. La mando a sentar y yo me coloco detrás de mi escritorio, para sentir que algo me impide correr hacia ella. La miro. Está realmente seria. —Ahora dígame, señorita Clío, ¿qué es eso tan serio que me tiene que decir? —pregunto, tratando de sonar normal y tranquilo. Ella guarda silencio un momento mientras se sienta en un sillón alejado y, esta vez, adopta una posición recta y nada provocativa. —Señor Leonard, debido a la gran cantidad de periodistas que vi hoy en la sala de conferencias, los cuales trataron de sabotear mi trabajo, me veo en la necesidad de anular el trato —dice con una firmeza que me hace saltar en mi silla—. No quiero seguir con esto. —¡¿Qué?! ¡Ah, no, señorita Clío! Usted no me puede hacer esto después de que he trabajado tan duro para hacerle c
Ella parpadea, sorprendida por mi reacción, pero no desiste. Me observa como si buscara algo en mi rostro, alguna respuesta que yo tampoco sé si puedo darle. —No me estoy burlando, señor Leonard —dice en un tono bajo y serio, casi en un susurro—. Le hice una pregunta directa: ¿cuándo? ¿Y qué quiere decir con que se vuelve un bruto a mi lado? Nadie se vuelve lo que no es. —Yo sí, señorita. Se lo puedo asegurar —respondo molesto y me alejo de ella—. No crea que me ofende lo que ha dicho. Porque debo serlo, por la manera en que me comporto con usted. Estoy pensando seriamente en ir al psicólogo. Solo me pasa con usted. No sé por qué le he contado todo esto a Clío, quien permanece en silencio mirándome. Lo dicho, mi cerebro deja de funcionar junto a esta mujer, mientras otra parte de mi cuerpo, que no reacciona con ninguna otra, con ella se despierta de una manera que duele. Hoy mismo iré a ver un psicólogo; me acabo de convencer de que debo tener un serio probl