Y terminamos ambos en medio de estertores y estremecimientos, mientras el agua de la ducha cae sobre nuestros desnudos cuerpos. Henry me mira sonriente, mientras sale de mí, toma mi rostro con ambas manos y me regala un beso suave, tierno, delicado mientras me susurra en mis labios.
Me abrazo a su cuerpo, sintiéndome la mujer más afortunada y feliz del mundo. Jamás me imaginé que se pudiera ser tan feliz, y sin saber por qué me echo a llorar.—¿Qué tienes, mi Lúa? ¿Te lastimé, cariño? ¿Te lastimé? —pregunta Henry, angustiado.—No, amor —logro decir entre sollozos—, no me lastimaste. Es que soy tan feliz que me da miedo.—¿Por qué te da miedo, amor? —preguntó enseguida, mientras me estrechaba en sus brazos.—Porque temo que algo vuelva a pasar y te arrebate de mí —le con