Auren
El amanecer se filtraba por las cortinas de mi habitación como un intruso silencioso. Me incorporé en la cama, sintiendo el peso de mis pensamientos más que el de las sábanas de seda. Tres semanas en el castillo y cada día comprendía mejor que este lugar era un tablero de ajedrez donde yo era apenas un peón, aunque con sangre real corriendo por mis venas.
Me acerqué al espejo y observé mi reflejo. La hija bastarda del Rey, criada para ser invisible, ahora vestida con sedas y encajes. Una impostora en un mundo de apariencias. Pero había aprendido bien mis lecciones en las sombras: observar, escuchar, recordar. Y sobre todo, desconfiar.
—La dama Auren debería prepararse para el desayuno con la corte —anunció Mina, mi doncella asignada, mientras entraba con un vestido color esmeralda.
—¿Quiénes asistirán hoy? —pregunté, fingiendo desinterés mientras ella cepillaba mi cabello.
—El consejo completo, mi señora. Se rumorea que discutirán los términos finales de la alianza con Nordvale.