David me salvaste

 secreto que a David volvía intocable estaba por descifrarse a pesar de tener la oportunidad de prestigio y dinero escogió ser limosnero, un cínico clásico que decidió que un puente fuera su  hogar y la filosofía eterna su esposa

​El puente no era un hotel cinco estrellas, pero  David  en los tres años de vivir allí ya se había acostumbrado y aprendido a sentir como suyo ese lugar. Se durmió un rato y soñó con los años de su infancia. Al despertar, las lágrimas bordearon sus verdes ojos. Recordó a su madre tomando su mano, caminando tranquila por la ribera del río sin más compañía que el sonido de las aguas y el palpitar de sus propios corazones. Ese silencio de sus voces permitía escuchar sus sentimientos; no hacen falta las palabras cuando se ama. Esa comunicación sencilla y silenciosa entre los dos era quebrantada solamente por el sonido de la naturaleza que los rodeaba: algún ave que cantaba, una rama movida por el viento o algún vehículo que pasaba por la vía. En ese tiempo, fue difícil para David pensar que llegaría a vivir bajo el puente, rodeado de soledad y del sutil recuerdo de su madre, la única mujer que amó en su vida. Al despertar, calculó por la ausencia de tráfico que ya pasaban de las once de la noche.

​Llevado por una extraña inquietud, daba vueltas sin explicarse el porqué. Sentía de pronto esa terrible opresión en el pecho que apenas le dejaba respirar, cerró los ojos, pero los recuerdos de repente se agolparon en su mente. Cerró el puño y lo estrelló en el pedazo de cemento que lo cubría, apretó los dientes mientras el punzante dolor del puño ensangrentado lo desvió de sus pesares.

​Escuchó voces a lo lejos, agudizó sus oídos para poder entender lo que pasaba; era una acalorada discusión que se volvía cada vez más violenta.

​—¡Soledad, pensaste huir de mí**!**?

​—¡Suéltame, Saúl!

​—¡No quiero!

​—Me lastimas, suéltame o voy a gritar.

​—¿Quién te va a oír, niña estúpida?

​—¡Déjame en paz!

​—Dijiste que esta noche serías mía. No me vas a dejar con las ganas.

​—Ve a pedírselo a Sandra, se ven muy bien juntos.

​—Lo que haga con ella no tiene por qué ser asunto tuyo.

​—Suéltame, estás borracho, me das asco.

​—Qué crees, que te vas a ir sin antes darme lo que me prometiste.

​—¡No, por favor, te lo suplico!

​—Perra, esto te va a costar muy caro.

​El golpe de una cachetada y sollozos se confundieron con el agua golpeando las rocas. El llanto de la mujer y los gritos del muchacho pidiendo que se callara siguieron. David no pudo evitar sentir la ira fluir por su cuerpo. Salió de su escondite y golpeó con frenesí al agresor, quien apenas pudo ver el puño de David estrellarse en su cara. Intentó defenderse, pero David era más fuerte que Saúl. Con un par de golpes lo derribó y su cuerpo rodó hasta el cauce del río.

​David fue donde la muchacha, la agarró del brazo y la ayudó a ponerse de pie. Ella lo miró y se abrazó a su cuello. Él la empujó y ella se agarró de su brazo para no caer.

​—Me salvaste, gracias.

​—Vete antes de que ese patán se despierte...

​—¿Está vivo?

​—No lo sé ni me importa.

​—Pero...

​—Dije que te largues.

​—No, si está muerto te culparán y no puedo...

​—¡Cállate de una vez y lárgate!

​—Al menos déjame saber tu nombre.

​—¿Por qué eres tan molesta, Soledad?

​—Tú, tú... ¿me conoces?

​—Lo escuché de tu amiguito cuando te gritaba —respondió con voz fría.

​David la agarró del brazo y la sacó a la carretera. La sirena del patrullero que se acercaba alertó a David y Soledad.

​—Vete, ellos te ayudarán.

​—No, quiero saber quién eres.

​Soledad insistió en conocerlo, pero él la empujó y salió corriendo.

​El patrullero se detuvo para socorrer a Soledad mientras David iba río abajo entre los árboles. A pesar de saber que nadie iba a seguirlo, prefirió irse a otro lado, no quería encontrar a Saúl.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP