El agua golpeó suavemente el rostro de Saúl; con dificultad se puso de pie y regresó a la mansión. Al verlo, Sandra abrió los ojos y la boca con espanto. Se acercó para ayudarle, pero Saúl la apartó y descargó su furia con ella, a lo cual Sandra respondió con una cachetada.
—A mí no me vas a ningunear como lo haces con Soledad. —¿Crees que tengo miedo de tus amenazas? Tú, para mí y para Soledad, no eres competencia. —Ahora vas a defender a esa zorra. —Mira, lo que yo haga con ella no es tu problema, así que si me disculpas, me voy a buscar a mi novia. —Jaja, sí, ve para que terminen de decorarte la cara. Saúl levantó su puño amenazante contra Sandra, pero ella lo retó. —Vamos, golpéame, atrévete a golpearme. No vivirás para ver otro día. —Vete de mi vista y no se te ocurra volver a aparecer. —¿Crees que puedes librarte de mí? Él se dio la vuelta, dejando a Sandra con la palabra en los labios. Se dirigió al baño a limpiarse para luego ir a la casa de los padres de Soledad. Se autoconvenció de que era necesario adelantar el matrimonio, no quería más desplantes. Al llegar a la casa de los padres de Soledad, Saúl timbró con insistencia hasta que le abrieron. Don Raúl y su esposa Diana al verlo se quedaron paralizados. —¿Dónde está Soledad? —preguntó Saúl con un tono que daba miedo. —Debería estar contigo —respondieron al unísono. —No me van a ver la cara. ¿Dónde está? —volvió a preguntar, dejando a los dos más desconcertados. —No sabemos —respondió Raúl mientras Diana se agarraba de su brazo. Diana pensó por unos segundos y, tratando de calmar los ánimos, dijo: —Raúl, ve por el carro. Soledad debe estar con Alex en la finca de mi madre al sur de la ciudad. Raúl salió corriendo a buscar el carro mientras Diana intentaba tranquilizar a Saúl. —¿Alex? ¿Quién se supone que es Alex? —Saúl, tranquilo, Alex es su yegua y está en días de parir. —¿Qué haces ahí parada? Vamos a buscarla. Y más vale que esté ahí. —Pero no nos has dicho qué pasó. —Qué tal si encontramos a tu preciosa hija y que ella les explique el porqué van a quedar en la calle. —Querido yerno, por favor, están a meses de casarse, seguro ella tiene una explicación. —¿Meses de casarnos? —Sí, lo hablamos con ella y nos pidió al menos diez meses para preparar todo con sus propias manos. —Diana, tú sabes que te aprecio; el matrimonio lo celebraremos en tres semanas. —Tres semanas son muy pocas. —Es el matrimonio o la quiebra real de tus empresas. Diana pensó un momento y, cegada por su ambición y las viejas historias familiares que rompieron sus sueños, creyendo que era la mejor opción, respondió con desgano. —Está bien, así será. —Vamos. Nadie podría imaginar lo que vendría, Soledad David y Saúl, compartían una historia que ignoraban pero que le llevaría a poder su vida y creencias al límite. Con el corazón queriendo escapar de su pecho, Diana salió tras Saúl; Raúl estaba esperando con el auto encendido, Diana y Saúl subieron y empezó el viaje en un silencio sepulcral. Cada bache, cada letrero, cada casa, les decía que estaban más cerca de terminar su incómodo viaje. El corazón de los tres latía ansioso. Sabían que tal vez esa sería la última noche que visitarían la finca de la abuela. Tal vez ese viaje una a marcar un camino del que no iban a regresar siendo los mismos, cuánta oscuridad había ante sus ojos y sus corazones para no vislumbrar el dolor que habían causado y el que estaba por llegar.